Porque… ¡feminismo!

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Traducción de un artículo de Hannah Wallen.

Se sospecha que un estudiante se suicidó después de haber sido falsamente tildado de violador en Facebook.

Tom Acton, un chaval de 16 años, fue sometido a una falsa acusación de violación (difundida en forma de rumor) después de haber contactado con la policía por la presencia de traficantes de drogas en su barrio. Pese a la ausencia de cualquier tipo de prueba, de noticia periodística, de informe policial, y por lo visto sin ninguna supuesta víctima identificada, el rumor provocó tal indignación en la localidad que sus compañeros de clase y otros miembros de la comunidad lo amenazaron, acosaron e intimidaron hasta llevarlo a un presunto suicidio.

Se ha desatado un cierto debate sobre esta historia, y se ha puesto de relieve el vínculo entre las afirmaciones feministas de la existencia de una “cultura de la violación” y el ambiente de credulidad y reacciones prejuiciosas que llevaron a la muerte de Acton. La primera respuesta que vi a ese debate, por parte de una feminista autoproclamada, fue absolutamente insulsa: reconocía que se trata de una historia trágica, pero ignoró el debate existente y negó su responsabilidad “como feminista”. Era de esperar: visto que el complejo de víctima del feminismo moderno se basa en gran parte en la hipoagencia, sería impropio de una feminista responsabilizarse de cualquier consecuencia negativa del activismo feminista. Pero eso es una puta mentira.

Feministas, esta tragedia es culpa vuestra. Es consecuencia directa de las posturas feministas sobre la violación y los violadores.

Y es cierto que la respuesta social ante las acusaciones de violación nunca ha sido proporcionada, ni siquiera antes del feminismo. Nunca ha habido una época en la que un hombre fuese considerado, seriamente, un violador por parte de la comunidad, y que dicho hombre pudiese considerarse a salvo. Incluso los criminales castigan clandestinamente a un supuesto violador.

Sin embargo, gracias a las feministas, la reacción social se ha exacerbado hasta tal punto que no hace falta ningún tipo de prueba para desencadenar una campaña de acoso y abuso indignado como la que se dirigió contra Tom Acton. La postura de la sociedad ante este delito ha pasado a ser un odio que se desata con facilidad, no sólo contra los violadores probados, sino contra los acusados en general. Esto no es una prolongación natural de la respuesta social ante la violación; existen otras razones, y ninguna de ellas tiene nada que ver con la visión social de la naturaleza de este delito, ni de la naturaleza de los que realmente lo cometen.

Uno de los motivos se encuentra en las décadas de agitación feminista para que la sociedad adoptase la mentalidad de “creer a la acusadora” (las feministas dicen “víctima”). Tan pronto como una mujer alega un delito sexual, ya no podemos dudar de su relato en ningún momento. Toda acusación de violación debe considerarse verdadera hasta que se demuestre su falsedad, y a menudo se sigue considerando verdadera incluso después de que se demuestre su falsedad. Las estadísticas presentadas por las feministas se basan siempre en la suposición de que las denuncias femeninas de delitos sexuales rara vez son falsas; aquí se incluyen las populares estadísticas sobre la frecuencia de los hechos, las acusaciones, las detenciones y las condenas. Se ha conseguido normalizar que se dé por hecho la culpabilidad de cualquier hombre o chico acusado de violación.

Otro de los motivos es el aprovechamiento feminista de la desechabilidad masculina. Cada vez que se produce un debate sobre denuncias falsas, los argumentos expuestos por los ideólogos feministas se basan en dar por hecho que castigar a un hombre inocente o no involucrado es aceptable, si se afirma que con ello se beneficia a una mujer. Las feministas crean una falsa competición en las denuncias de delitos sexuales, enfrentando injustamente los derechos de los acusados, como grupo, con los derechos de las víctimas reales, como grupo (esto se consigue, en parte, tratando a todas las acusadoras como víctimas, y a todos los acusados como perpetradores). Sus argumentos sobre el tema de la presunción de inocencia y el juicio justo se basan en considerar que los derechos de los acusados son una barrera que impide reconocer los derechos de las acusadoras. Esto suele incluir la consideración de la condena como “justicia”, y que esa clase de “justicia” es un derecho de la acusadora, ya que se da por hecho que dice la verdad. Esto consigue normalizar que se ningunee la humanidad del acusado, lo cual facilita que se le trate de forma inhumana.

Un tercer motivo es la explotación depredadora feminista de la condición femenina de “víctima por representación”. Para maximizar el provecho obtenido por las feministas al presentar la victimización femenina como material de presión política, carne de recaudación de fondos y estrategia de poder social, las representantes principales, las activistas académicas y las polemistas de base del feminismo se han esforzado por deformar la imagen de la violación e instaurar la creencia de que se trata de un delito aún peor que el asesinato. De hecho, muchas defensoras del feminismo reaccionan ante la idea de que existan delitos peores que la violación con una indignación incrédula, como si el reconocimiento de que existen delitos más dañinos que la violación equivaliese a una excusa o una reducción de ese delito. Ese tratamiento de la violación normaliza la clase de reacción excesiva que incita a personas razonables a ejercer violencia clandestina.

Un cuarto motivo es la fuerte presión feminista para hacer que toda la sociedad se considere a si misma como responsable de los delitos sexuales cometidos por hombres individuales. Las campañas de “Enseñad a los hombres a no violar” y “No seas ese tío” son buenos ejemplos de ello, y también la versión feminista de la teoría de la “cultura de la violación”. Los conceptos utilizados para apoyar estos tres ejemplos se basan en considerar que todo el mundo, menos los perpetradores, son responsables del delito, mientras se impone una imagen de absoluta y total indefensión de toda la población femenina, que es tratada en conjunto como víctimas potenciales e inminentes. Las defensoras del feminismo emplean estos conceptos para avergonzar a la sociedad y conseguir que adopte su perspectiva ideológica sobre el sexo, las relaciones sexuales y las conductas sexuales inapropiadas, y de ese modo normalizar la violencia contra los hombres acusados de delitos sexuales contra mujeres.

Los efectos de todas estas actitudes, combinados, pueden llevar a una respuesta absolutamente demencial ante una acusación, o incluso ante un rumor, como en el caso de Acton. Se da por hecho la culpa una vez que se recibe una acusación. La humanidad del acusado resulta eclipsada por esa presunción de culpabilidad; ahora que se le considera un violador, su humanidad ya no importa. Como la violación es el más execrable de los delitos, y la peor experiencia por la que se puede pasar, tan horrible que una mujer prefería ser brutalmente asesinada antes que pasar por ella, el acusado es ahora un monstruo espantoso. Hay que pararle los pies, castigarle, o como mínimo utilizarle como destinatario aceptable de la culpa y la indignación de todo el mundo. Al ser un monstruo inhumano, su autonomía física se anula y se invalida. Es aceptable agredirlo, acosarlo, amenazarlo, acecharlo o cualquier otra cosa que nos permita obtener la sensación personal de que “se ha hecho justicia”.

No importa que, como feminista, no te sientas responsable de la muerte de Tom Acton. Al apoyar una ideología que permitió que los traficantes de drogas de su barrio manipulasen a su propia comunidad para que lo acosase hasta la muerte, es como si hubieras cometido tú misma ese ataque, y también cualquier otra acción social de venganza clandestina contra víctimas inocentes de una falsa acusación de violación.

Si tiendes a emplear la palabra “víctima” para describir a una denunciante de violación cuyo caso todavía no se ha juzgado, y mucho menos probado, eres responsable.

Si tiendes a emplear la palabra “violador” o “perpetrador” para describir a un hombre acusado de violación o de otro delito sexual, cuando su caso aún no se ha juzgado, y mucho menos se ha demostrado su culpabilidad, eres responsable.

Si te ofende la sola idea de cuestionar el relato de una denunciante de violación, eres responsable.

Si alguna vez te has mostrado, tal y como defienden las feministas, a favor de blindar del interrogatorio judicial a las mujeres denunciantes, utilizando para ello estadísticas que se basan en la premisa de que todas o casi todas las denuncias son verdaderas, eres responsable.

Si alguna vez te has manifestado en contra de procesar a las falsas denunciantes de violación, porque crees que eso podría disuadir a otras mujeres de denunciar, eres responsable.

Si alguna vez te has manifestado en contra de tomar medidas para desalentar las falsas denuncias, basándote en que estas falsas denuncias son muy escasas, eres responsable.

Si te ofende la idea de que un delito sexual, que podría resultar en una condena grave, merece pruebas de culpabilidad más seguras y concluyentes que otros, eres responsable.

Si alguna vez has dicho que “es mejor encarcelar a un hombre inocente que dejar que escape un violador”, eres responsable.

Si has exagerado el número de los “violadores que quedan libres” para que tu argumento parezca más válido, eres responsable.

Si alguna vez, cuando te han hablado de las experiencias de los hombres denunciados falsamente, has respondido describiendo las experiencias de las víctimas reales de violación, eres responsable.

Si crees que conseguir una condena constituye justicia y es un derecho de la denunciante de violación, eres responsable.

Si crees que los programas de intervención para delincuentes sexuales funcionan, pero aun así quieres que figuren en un registro estatal y público, incluso después de que hayan completado esos programas, eres responsable.

Si alguna vez has dicho que la violación es un delito peor que el asesinato, eres responsable.

Si alguna vez has utilizado el concepto de “el violador de Schrodinger” para describir la experiencia de ser mujer en un lugar público, eres responsable.

Si apoyas la utilización de campañas que demonizan al hombre y tratan de avergonzar a la sociedad, como “Enseñad a los hombres a no violar” o “No seas ese tío”, eres responsable.

Si tu ideología personal incluye la creencia en el concepto feminista de la “cultura de la violación”, y alguna vez has defendido o apoyado que otros adopten esa creencia, eres responsable.

Si, al escuchar o leer una acusación descontextualizada y no confirmada, como la de Tom Acton, te la creerías, eres responsable.

Si te ofende que la responsabilidad de la muerte de Acton se atribuya a las feministas, en vez de preocuparte por cómo contribuir a modificar las actitudes de inspiración feminista que llevaron a su muerte, eres responsable.

Si como respuesta a este artículo te apetece decir que “No todas las feministas son así”, y después explicarme lo que es “el verdadero feminismo”, eres responsable.

Si crees que encajas en alguna de las categorías anteriores, pero aun así no eres responsable, entonces eres responsable.

Si no te resulta agradable esa responsabilidad, entonces asume otra: la responsabilidad de reformar y modificar tu activismo, y dejar de apoyar la presión ideológica que pretende crear las condiciones que provocan esta clase de tragedias terribles.

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El Ratel

El Ratel ("The Badger") has helplessly seen the rise of politically correct nonsense, inclusive language and feminist ideology in his native country, Spain. After getting in contact with the MRM and antifeminist ideas, his attempts to talk about it were met with disdain and disgust. That is why he adopted a secret identity and started doing what he does best: spreading information by means of writing and translation.

El Ratel ha presenciado el auge de las estupideces políticamente correcta, el lenguaje inclusivo y la ideología feminista en su país natal, España. Tras entrar en contacto con las ideas del Movimiento por los Derechos del Hombre y el antifeminismo, sus intentos por hablar de ello fueron recibidos con desdén y desprecio. Por eso, tomó la decisión de adoptar una identidad secreta y hacer lo que mejor se le da: difundir información a través de la escritura y la traducción.

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