Se suponía que hoy iba a hablar de algo completamente diferente, pero entonces alguien dejó un comentario en mi video sobre mujeres sexys que decía algo así:
“Hmm, tiene sentido. Me pregunto si en la era moderna hay gente capaz de ir más allá de sus impulsos al darse cuenta de que “este sentimiento no me es útil por el momento”, o si están tan esclavizados a sus impulsos como siempre. Superarlos se parecería más a, creo yo, la gente que pierde peso. Los hombres que rehuyen el sexo casual y las mujeres que buscan activamente el sexo casual; muestra lo capaz que es la gente de sobrepasar sus impulsos.”
Esa es una muy buena pregunta, y es una pregunta que he querido abordar desde hace un tiempo, y al responder le dije que sí, que trabajar los impulsos que se originan en los instintos es totalmente posible, el problema que parece surgir una y otra vez es la parte que nos vuelve humanos (todas estas estructuras altamente desarrolladas de nuestros cerebros que nos separan de otros primates) que nos permiten tanto moldear la realidad como imponer racionalidad. Estoy segura de que todos han escuchado acerca de ello, se llama “el hámster de la racionalización”, y creí que sería una buena idea hacer un video más o menos examinando cómo funciona con respecto a una rama específica de la teoría feminista. Así que voy a usar algunos de los datos de ese estudio que mencioné con anterioridad acerca de las diferencias sexuales globales entre hombres y mujeres, el estudio que encontró una mera superposición de entre 10-24% en la personalidad. Citando la sección de resultados de ese estudio:
“En términos univariados, las mayores diferencias entre los sexos fueron encontradas en la sensibilidad, el afecto y la aprensión, (más alta en mujeres) y la estabilidad emocional, la dominación, la conciencia de las reglas y la vigilancia (más alta en varones).”
Dos de esas características están algo relacionadas entre si, ya que ambas son respuestas emocionales a la percepción del peligro en el ambiente: aprensión y vigilancia. La aprensión es preocuparse o temer por la protección o la seguridad de uno. La vigilancia puede ser descrita como la preparación para una emergencia. La aprensión es una característica predominantemente femenina, y la vigilancia es predominantemente masculina. Añadamos otras dos características a la mezcla: sensibilidad, predominantemente femenina y estabilidad emocional, predominantemente masculina. Es muy posible que la sensibilidad en la mujer sea la razón por la cual expresan su reacción emocional a peligros externos con aprensión, y la estabilidad emocional es la razón por la que se expresa en hombres con la vigilancia. O bien, estos rasgos pueden agravar los efectos del resto. Es decir, una mujer que tiene una mayor tendencia a la sensibilidad puede ser más aprensiva que otra que no, y un hombre que tiene mayor tendencia a la estabilidad emocional simplemente puede ser más vigilante. Así que lo que tenemos aquí son dos rasgos de personalidad diferentes en hombres y en mujeres que reaccionan a los mismos estímulos del entorno y a las amenazas externas. La sensibilidad puede conducir a una mujer a ser más consciente que un hombre de las amenazas potenciales en el ambiente, y la aprensión la conduce a reaccionar a estas con temor. La estabilidad emocional puede conducir a un hombre a ser capaz de distinguir entre posibles amenazas y aquellas que no lo son, provocando que reaccione con vigilancia más que con miedo.
Cada vez que se produce una diferencia en la personalidad que es muy distintiva entre los géneros en la población general, resulta muy útil volver atrás en el tiempo y descubrir si hay una razón para que esas diferencias sean innatas. Así que si retrocedemos en el tiempo hasta la época en que se forjaron nuestros instintos, resulta bastante fácil ver por qué esta es la distribución general de rasgos de personalidad entre géneros. En la evolución, recuerden, no se trata tanto de la supervivencia del individuo como de la supervivencia genética. Hace un par de millones de años, un individuo podía haber sobrevivido muy bien comportándose de un modo determinado, que sin embargo lo dejase en un callejón genético sin salida. Realmente son los rasgos que hacen copias viables de sí mismos los que sobreviven.
Así que vamos a examinar a las mujeres de aquel entonces. Sin control sobre su fertilidad, cualquier mujer sexualmente activa podía quedar preñada o cuidando de un niño en cualquier momento. Madres e hijos estaban casi siempre en cercanía próxima entre sí debido a la lactancia materna, así que las condiciones a las que la madre estaba sujeta eran condiciones a las que sus pequeños hijos también estaban expuestos. Las mujeres evolucionaron para ser sensibles a las molestias porque, si ellas se morían de frío, también lo harían sus aún más frágiles hijos. Si ella se encontraba en peligro, lo mismo le ocurría a su aún más vulnerable vástago. Si estaba a punto de recibir una lesión física grave, podría abortar o perder su capacidad de producir más hijos. Así que las mujeres que eran sensibles a las molestias y sobreprotectoras de su seguridad física, es decir, las mujeres aprensivas y que manifestaban abiertamente ambas cosas, probablemente eran más capaces de producir descendencia viable. Las mujeres que eran capaces de encontrar parejas a las que podían convencer de soportar cualquier riesgo físico o esfuerzo extenuante por ella, o las mujeres que pudiesen manipular a otros con ese mismo propósito, eran también más propensas a tener más bebés que aquellas que no lo eran. De modo que, por el hecho de que las mujeres son las que cargan a los bebés, porque solían encontrarse de forma constante en cercanía próxima de sus hijos, compartiendo el mismo medio ambiente, los mismos peligros y las mismas comodidades, y porque la supervivencia genética de la mujer estaba íntimamente ligada a su supervivencia individual a largo plazo, las mujeres evolucionaron para preocuparse de su seguridad personal y su comodidad. Las mujeres que eran sensibles y aprensivas habrían tenido más hijos, y habrían tenido los hijos con mayores posibilidades de sobrevivir a la infancia.
Y luego veamos a los hombres de aquel entonces. Como los hombres tenían que probar su utilidad a las mujeres para conseguir una oportunidad de apareamiento, y como las mujeres desarrollaron una especie de interés genético para evitar el peligro y el riesgo físico, los hombres que eran más exitosos a la hora de transmitir sus genes no solamente eran aquellos que podían demostrar ser útiles en ese sentido ante una mujer para conseguir su oportunidad, sino también aquel que pudiese continuar a su lado, manteniéndola a ella y a su cría sanos y salvos. Una mujer que era en verdad deseable, una que tuviera rasgos físicos que la condujeran a parir muchos niños saludables, habría tenido más influencia a la hora de seleccionar un hombre que fuese extremadamente útil en ese sentido. Es decir, que la mujer que fuese capaz de tener más bebés, que fuese más fértil, podía escoger los hombres más útiles, aquellos que pudiesen realizar las tareas que pudiesen llenar los vacíos en las hojas de cálculo de las mujeres.
Ahora, el hombre que era presa del miedo a la primera señal de peligro y huía o que terminaba convertido en un ovillo, en lugar de ser capaz de evaluar cualquier amenaza potencial y neutralizarla o desviarla eficazmente, tal vez haya sobrevivido perfectamente bien, de hecho tal vez pudo salvar el pellejo, pero no podría haber conseguido una pareja para aparearse, porque no podía proveerle ningún beneficio de protección. Y un hombre que estuviera tan preocupado por su propia comodidad física que no estuviera dispuesto a realizar labores extenuantes que ella era incapaz de hacer, o de aventurarse al exterior en medio del mal clima para proveerle de recursos, también era un callejón genético sin salida. Pudo haber sobrevivido bien, pudo haber vivido hasta una edad avanzada, pero esos rasgos no se transmitieron, porque pocas mujeres hubiesen encontrado un uso de él. Como mucho, en el mejor de los escenarios, él fue el que quedó atrapado con la mujer menos deseable, es decir, menos capaz de producir mucha descendencia sana con él. Y su descendencia también habría afrontado una gran probabilidad de no sobrevivir lo suficiente como para transmitir sus propios genes, porque él se encontraba menos capaz o estaba menos dispuesto a proveerles y protegerles.
Así que el hombre más deseable para la mujer era aquel que era más vigilante en lugar de aprensivo, y emocionalmente estable en lugar de sensible. Él era el que iba a tener la oportunidad de producir la mayoría y la más alta calidad de descendencia, y también les proveería de la mejor oportunidad de supervivencia, todo esto a través de restarle prioridad a su propia seguridad física y comodidad en favor de las de las mujeres y los niños.
Y la mujer que era sensible a la incomodidad y se expresaba al respecto, y aprensiva con respecto a su propia seguridad física, tenía la mejor oportunidad de sobrevivir lo suficiente como para generar muchos niños, que también tenían mejores probabilidades de sobrevivir, ya que ella compartía un medio ambiente y todos los peligros y las comodidades en ese medio ambiente con esos niños pequeños.
Así que con el tiempo, simplemente través del benigno proceso pasivo de selección natural, la sensibilidad y la aprensión se convirtieron en rasgos predominantemente femeninos, y la estabilidad emocional y la vigilancia se convirtieron en rasgos predominantemente masculinos. Esas fueron las características que llevaron al hombre y a la mujer a ser exitosos a la hora de transmitir sus genes, así que eso fue lo que se transmitió. Ahora bien, esto puede ampliarse para abarcar comunidades o poblaciones completas de gente; la preocupación respecto a la seguridad de las mujeres también promovió el éxito genético de los colectivos humanos. En una comunidad de 200 personas, la perdida de 10 hombres no sería realmente limitante para el crecimiento de la población tanto como la pérdida de 10 mujeres. Así que aquí tenemos la idea de que las personas, en general, están programadas para preocuparse más por la seguridad de la mujer que por la del hombre, tanto en lo individual como en lo colectivo. Esas personas, como colectivo, tienen mejores oportunidades de perpetuar los genes de todo el mundo de manera exitosa.
Así que aquí tienen a la mujer que constantemente se pregunta a sí misma “¿Estoy a salvo?”, y al hombre que constantemente se pregunta “¿Mi mujer está a salvo?” y la comunidad que constantemente se pregunta a sí misma “¿Está la mujer a salvo?”. Y casi en cada caso que pueda imaginar a través de la historia, una reacción exagerada ante una amenaza percibida que resultó ser falsa, no sería tan costosa para las mujeres en lo individual o en la comunidad a la hora de transmitir otras copias en genes, en lo que concierne a este paradigma evolutivo, que la falta de reacción ante una que resultase ser verdadera. Así que todos estamos algo obsesionados con la cuestión de si las mujeres están a salvo. Es así. Las mujeres están obsesionadas con ello, los hombres están obsesionados con ello y la sociedad está obsesionada con ello.
Estos rasgos programados pueden ser puntos de partida de la biología que son lo suficientemente comunes para ser asociados no solamente con el género, sino con nuestras percepciones de género, pero no tienen por qué permanecer de esa forma. La cultura y la socialización, así como una aplicación consciente del razonamiento superior, pueden reforzarlos o trabajar en su contra, porque las funciones de nuestra memoria a corto y largo plazo están programadas alrededor de las partes de nuestro cerebro que se ocupan de las emociones y el instinto. La plasticidad neuronal puede causar alteraciones en las vías que van desde los estímulos a las emociones, la cognición y el comportamiento, formando nuevas conexiones entre las neuronas, y provocando que otras, básicamente, se atrofien o sean menos dominantes. Podemos dominar por completo nuestras emociones a través del condicionamiento o la racionalidad, como individuos, tanto en el corto como en el largo plazo. Pero aquí es donde nuestra capacidad humana para un razonamiento superior y la racionalidad puede o bien ayudarnos o arruinarnos todo el asunto:
Voy a hablar un poco de las fobias, porque son miedos que no se basan en la realidad. Digamos que tienes fobia a las alturas, y que es tan severa que inclusive cuando sabes de forma realista que estás a salvo, como cuando estás en el piso superior de un edificio alto con barandillas protectoras y otro tipo de medidas de seguridad, te sientes aterrado y de manera consciente sabes que tu temor es irracional. Ahora, en este punto la forma más efectiva de tratar ese temor, esa fobia, es conseguir que el que la sufre la confronte y se desensibilice de ello. Con el tiempo, a través de la confrontación racional y reiterativa con la naturaleza poco realista de ese miedo, el miedo cede. Nuevas vías se forman y las viejas se atrofian.
El resultado de este tipo de tratamientos tal vez no sería tan alto, tan efectivo y tan exitoso, si cada vez que intentas exponerte a las alturas, tienes a alguien a tu lado gritando “Oh por Dios, ¿qué haces? Esto es muy peligroso, ¡muy peligroso! ¿No te das cuenta de que podrías morir si te cayeras? Deberías de estar aterrado, ¡Dios mío!”. O si cada intento fuese precedido de una sesión de 2 horas, obligándote a tener los ojos abiertos como platos, frente a una pantalla cinematográfica que muestra las caídas más grotescas y sangrientas mostradas en cámara, con las palabras “¡Peligro! ¡Muerte!” parpadeando a través de la pantalla cada cinco segundos.
Esta es más o menos la forma en la que la teoría feminista y la cultura en general se alían para reforzar y exacerbar nuestro cableado existente. Porque cuando miro los números, los datos, las estadísticas, todo lo que veo es que las mujeres se encuentran en peligro objetivo, en casi cualquier ámbito, mucho menos que los hombres. De hecho, aun ahora que las mujeres son tan libres como cualquier hombre en cuanto a movilidad, y tan proclives a salir y recorrer el mundo, todavía representan la minoría de las víctimas de la violencia pública, como atracos, homicidios cometidos por extraños y robos.
Hay una muy buena razón por las que las mujeres son naturalmente más temerosas de la victimización violenta, pero no tiene nada que ver con que la victimización violenta de la mujer sea algo normal o común. De hecho, es todo lo contrario, teniendo en cuenta que inclusive los asaltantes y delincuentes callejeros preferirían, en su mayoría, atacar a un hombre más grande y fuerte que a una mujer físicamente más vulnerable que sería un blanco más fácil. Aun así, de alguna manera, las feministas se las han arreglado para generar una industria completa partiendo de la idea de que vivimos en una cultura de violencia normalizada contra la mujer. A pesar de que sabemos con certeza que la mayoría de las víctimas de crímenes violentos, la mayoría de las víctimas de guerra, y la mayoría de las víctimas del Estado y la policía son hombres. Las feministas teorizaron que la violencia doméstica y la violación eran comportamientos masculinos, apoyados y alentados por supuestas presunciones patriarcales diseñadas para mantener a las mujeres en un estado de terror, pero para poder creerse eso tuvieron que ignorar una tonelada de datos. Los datos que apuntan a la victimización por parte de la mujer contra el varón y montones de registros históricos de justicia callejera, condenas, duelos a pistola al amanecer, flagelaciones públicas de hombres que pegaban a sus mujeres, linchamientos de hombres negros acusados de violar mujeres, y prácticamente todo el código de caballería de la literatura clásica.
¿Cómo pudieron ignorar toda la evidencia tan fácilmente? Ignorar cientos de años de literatura donde las mujeres que resultaban lastimadas eran vengadas por el varón socialmente aceptado, donde la violencia contra la mujer es una sentencia de muerte para el hombre que la perpetúa ¿Cómo es que son capaces de ignorar esa evidencia en favor de la creencia de que la sociedad aprueba la violencia contra las mujeres? Desecharla cuando se señala, tratar de recontextualizarla, negarla y suprimirla, y concluir que nada de ello es relevante. Eso es porque sus emociones les dicen que es correcto sentir eso. Les resulta agradable ignorar todo eso. Les resulta agradable decir que las mujeres están en peligro. Las mujeres son naturalmente más temerosas que los hombres de su seguridad física porque la evolución las seleccionó para ello. Los colectivos son más conscientes de la seguridad de las mujeres, y más temerosos de cualquier riesgo que las mujeres puedan sufrir porque la evolución les seleccionó para ello. Y las feministas usan todo esto, todo su razonamiento superior, ese gran regalo que la evolución nos dio, para doblar, torcer y anudar su concepción de la realidad para que obedezca a sus miedos instintivos. Construyeron lo que parece una excusa lógica para sus altos niveles de aprensión, y nuestra obsesiva necesidad de estar al tanto de la seguridad de la mujer. Si las mujeres se sienten más temerosas que los hombres, entonces DEBEN estar en mayor peligro objetivo que los hombres. Así es como lo racionalizaron. Y solo para racionalizar sus emociones, han resistido cualquier tipo de evidencia que no encaje con lo que creen que debe ser verdad, porque si no lo fuera, no se sentirían así.
¿Y cómo es que estoy tan segura de que se trata de eso, de que aquí es de donde viene todo, de la parte de atrás de la cabeza? Porque cuanto más segura está la mujer (en nuestra sociedad están más seguras que nunca), el feminismo y la cultura en general parecen estar más decididos en expandir la definición de amenaza y de peligro y de violencia y de daños aplicados a las mujeres, para seguir racionalizando los grandes niveles de aprensión y la obsesión colectiva con la seguridad de la mujer. Hemos pasado de flagelar públicamente a los maltratadores e interpretar que la sociedad aprueba el maltrato doméstico a la mujer, a considerar que un hombre que “usa la lógica” con su esposa o la llama zorra es un crimen violento contra las mujeres. Es como si estuviésemos programados, como humanos, para preguntarnos minuto a minuto “¿qué está amenazando a las mujeres ahora? ¿qué las amenaza ahora? ¿Están las mujeres seguras? ¿Y ahora?” Y como los verdaderos crímenes violentos y la victimización de la mujer han caído en picado, estamos inventando nuevos peligros que afronta la mujer, para poder responder a esa pregunta y justificar lo importante que nos parece a todos.
Y los hombres, feministas y tradicionalistas, se dejan llevar por la corriente, porque las presiones evolutivas han dejado al hombre mucho menos preocupado por su bienestar físico y seguridad que por el de la mujer. Como colectivo optamos por la sobre-reacción ante cualquier amenaza percibida, sin importar cuán absurda (¿¿”usar la lógica”??), en lugar de la sub-reacción, porque el coste emocional de una sub-reacción que sale mal va a sentirse un millón de veces peor en nuestros sistemas límbicos que el coste de sobre-reaccionar ante una amenaza que resultó ser falsa. Y ese es un juicio de valor que ha estado programado en nosotros durante milenios. Recuerdo que, cuando publiqué mi video sobre la violencia de género sistemática, un hombre comentó que ya antes había observado ese video de la mujer del brassiere azul, y estaba un tanto fascinado de que él mismo no solo había sido ajeno al hecho de que uno de los oficiales cubriese a la mujer y hubiese empujado lejos a otro policía para protegerla, sino que también había un hombre a no más de tres o cuatro metros de ella recibiendo unos pisotones aún más rabiosos y prolongados. Y realmente no puedo imaginar que los cientos o miles de hombres a los que golpearon y mataron en los meses previos a ese incidente provocasen un impacto similar en sus emociones como el tener que ver a una única mujer siendo pisoteada. Solo somos naturalmente hiper-sensibles a la idea de la violencia contra la mujer. Cada uno de nosotros, incluida yo. Y estamos desensibilizados a la idea de la violencia contra el hombre. Cada caso de lo primero, cada posibilidad de ello, nos evoca una enorme responsabilidad emocional, y parece estar en todas partes porque lo notamos cada vez que lo vemos o lo sentimos, o cada vez que lo pensamos o lo consideramos, y al hacerlo nos quedamos en shock.
Y apenas notamos la violencia perpetrada contra el hombre. Es invisible a nosotros. En esencia, es algo tan natural como respirar, es la forma en que se supone que deben ser las cosas. Y el simple hecho de que el feminismo pueda haber creado una teoría que dice que las mujeres, un grupo no más propenso que el de los hombres a sufrir violencia interpersonal y mucho menos proclive a sufrir otras formas de violencia, que las mujeres sufren violencia de género sistemática y normalizada por la sociedad, es una teoría que básicamente se refuta a sí misma en el momento en que te desprendes de tus emociones, y examinas toda la información, todo el cuadro. Y el hecho de que la sociedad se haya creído esa teoría es una prueba más de que es demostrablemente falsa, es prueba de que la violencia contra las mujeres nos resulta tan repugnante que podemos ser convencidos de que la aprobamos, simplemente porque ocurre.
Al mismo tiempo, el feminismo y la cultura en general se las han arreglado para convencernos de que la violencia contra el hombre NO está normalizada porque nos resulta normal, y que NO es sistemática porque su aceptación está programada en nuestros sistemas límbicos. Nos han convencido de que la violencia contra el hombre, nuestro mayor problema de violencia, es el menos apremiante, únicamente porque los hombres tienen tanto miedo a la violencia como las mujeres. Ni siquiera después de que los hombres hayan sido victimizados por la violencia tienen tanto miedo de la misma como las mujeres.
¿Qué os parece todo esto como ejemplo de un gran y humeante montón de disonancia cognitiva? Cuando leí en el trabajo de Adam Jones “The Globe and Males” sobre la cobertura de la violencia en los medios dependiendo de si el género de la víctima era masculino o femenino, un caso en particular llamó mi atención. Él examinó un artículo de una periodista que interpretó datos en un informe de Estadísticas de Canadá, y la periodista afirmaba que “Un estudio publicado por Estadísticas de Canadá esta semana nos muestra que las mujeres tienen más miedo que los hombres a ser atacadas violentamente, y con buena razón. Este estudio de las estadísticas de crimen concluyó que en las ciudades, hoy en día, ellas son tan propensas a ser víctimas de asalto como lo son los hombres”. Ahora, piensen en ello. Aun teniendo en cuenta que en esta zona casi existe una igualdad, solo en centros urbanos, el hecho de que una periodista pueda presentar la idea, sin inmutarse, de que las mujeres están justificadamente más asustadas de la violencia en la ciudad que los hombres porque ahora son tan propensas como los hombres a ser asaltadas. Es decir, ¿cómo es que un ser humano pensante puede escribir algo así y no darse cuenta de lo que está diciendo?. Literalmente, la violencia en las calles es un peligro más grande para las mujeres que para los hombres porque las mujeres están TAN afectadas como lo están los hombres por una forma particular de esta en una clase de entorno.
Incluso afirmó, sin una sola prueba ni argumento para respaldarlo, que los hombres tienen menos miedo violencia que las mujeres porque las mujeres son agredidas POR SER mujeres. No entiendo como pudo ser esa su suposición, cuando igual número de hombres y mujeres son asaltados de esta forma. Si las mujeres son victimizadas de cierta forma POR SER mujeres, entonces esa sería una forma de violencia predominantemente padecida por mujeres, ¿no es así? Y todos los datos disponibles muestran que, en todas las formas de violencia, los hombres son igual o más propensos a sufrir victimización. Todo ese artículo parece haber sido un intento de encontrar alguna justificación para los mayores niveles de miedo de las mujeres, y nuestros mayores niveles de preocupación por su seguridad, y un intento de desestimar cualquier reconocimiento real del mayor peligro en el que están los hombres, solo porque los hombres tienen menos miedo a la violencia. En pocas palabras, ignora la realidad y se rinde al instinto y a las emociones, y las masas se lo creen y se regodean en ello. No veo cómo es posible que la gente no pueda separarse el tiempo suficiente de su programación como para darse cuenta de que las teóricas feministas nos han estado mintiendo descaradamente tanto como lo han hecho nuestros instintos desde un principio. Tenemos la capacidad para un razonamiento superior, algo que nos distingue de cualquier otra especie animal de la Tierra, y ¡joder!, sería en verdad genial si comenzáramos a usarlo de una jodida vez para percibir la realidad de una manera objetiva, y controlar nuestras respuestas emocionales ante ella, en lugar de moldear nuestras percepciones de la realidad de formas que nos mantengan esclavizados a nuestros instintos homínidos. Tenemos capacidad para la cognición y la lógica, ya es hora de que empecemos a usarla.
Enthusiastic comic-book and geek culture analyst, student of visual arts and graphic design and 21st. century taco-druid. After the advent of the PC culture detached from Anglo-Saxon countries she has closely seen the phenomenon and the impact the ideology has had not only in her country, but throughout all Latin America. Mainly forged between nerd-men, she has seen how PC ideology has taken hostage the good faith of her community and has decided to use the best tools that her perverted and traumatic imagination can provide to defend the fellowship that welcomed her with arms wide open.
Entusiasta analista del comic y de la cultura geek, estudiante de artes visuales y diseño gráfico y druida taquera del siglo 21. Tras el advenimiento de la cultura de lo políticamente correcto desprendida de los países anglosajones ha seguido de cerca el fenómeno y visto las repercusiones que ésta ideología ha tenido no solo en su país, sino en toda Latinoamérica. Principalmente forjada entre hombres nerds ha visto cómo el progresismo ideológico ha tomado como rehén la buena fe de su comunidad y ha decidido usar las mejores herramientas que su pervertida y traumática imaginación le puedan proporcionar para defender a la hermandad que la recibió con brazos abiertos.
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