Las sufragistas no pueden salvar al feminismo

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Traducción de un artículo original de Hannah Wallen

Traductora: E. V. In’Morales

Revisor: El Ratel

Las feministas que son incapaces de defenderse de las críticas contra su historial de presión política a menudo juegan la carta del sufragio. Dicho en pocas palabras, las feministas afirman que el movimiento sufragista demuestra que el feminismo es el responsable de que las mujeres puedan ejercer el derecho al voto. Juegan la carta del voto, enmarcada en la creencia de que antes del activismo sufragista, a las mujeres se les negaba de forma universal el derecho al voto, del que disfrutaban los hombres de forma universal, o al menos los que no fuesen negros. Lo presentan como un “comodín para escapar de las críticas”, como si únicamente este hecho bastase para redimir toda su historial de retórica antimasculina, afirmaciones infundadas y agitación para promover leyes y políticas discriminatorias. No basta, pero incluso sí bastase, hay otro problema con esa creencia.

La historia no se corresponde con su versión.

Históricamente, los hombres no disfrutaban del sufragio universal que las sufragistas exigían para la mujer. El derecho al voto estaba vinculado a toda clase de términos y condiciones. Lo que es más: existen ejemplos (y van apareciendo cada vez más) de mujeres que votaban antes del movimiento sufragista.

Uno de esos ejemplos es un documento recientemente descubierto que enumera a las mujeres inglesas votantes en unas elecciones que tuvieron lugar en 1843; 75 años antes de la legislación que reconocía el derecho a votar de la mujer en 1918. En ese momento, el sufragio masculino no era universal, sino que estaba limitado a las clases sociales altas, con varios grupos que exigían reformas parlamentarias a lo largo del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Las mujeres que aparecen registradas en el documento de 1843 habrían tenido que cumplir los estándares que debían cumplir los hombres. Pagaban una tasa, que determinaba cómo se contabilizaba su voto. Hay que añadir que el artículo menciona que la alta cuota pagada por Grace Brown le otorgó 4 votos, mientras que aquellas que pagaron menos sólo tuvieron uno. Estas mujeres también disfrutaban de un privilegio del que carecían los hombres que no cumpliesen los requisitos legales para votar. Los hombres adultos que no fuesen cabezas de familia no podían votar.

Antes de la fundación de Estados Unidos, el voto en las colonias se regía en gran medida por las mismas normas que se usaban en Inglaterra. Sin embargo, contradiciendo la creencia popular, las mujeres no estaban universalmente excluidas de la votación. Igual que ocurría con las mujeres del documento inglés de 1843, las mujeres estadounidenses que votaban antes del siglo XX lo hacían bajo los mismos términos y condiciones que los hombres, salvo uno: las mujeres no estaban (y siguen sin estarlo) sujetas al reclutamiento militar en tiempo de guerra.

Un ejemplo interesante de las primeras votantes femeninas anteriores al sufragio universal masculino lo encontramos en la colonia de Nueva Jersey, donde el género no era un factor relevante en el derecho a votar hasta que el partido Demócrata-Republicano, que terminó por convertirse en el partido Demócrata, le quitó el voto a las mujeres de Jersey, a las minorías, a los no ciudadanos y a los pobres en 1807, debido al conflicto entre su partido y los federalistas.

Incluso después de que EE.UU. se convirtiera en una nación, el sufragio de los hombres no era universal. El derecho al voto continuó evolucionando a través del siglo XIX, y los estados fueron dejando lentamente de lado los requisitos de los derechos de propiedad a lo largo de las décadas. Tras la ratificación de la 15ª enmienda, que reconocía la ciudadanía y el derecho a voto de los hombres negros, los estados sureños aprobaron unas “cláusulas del abuelo” para reducir sus derechos, y emplearon las leyes Jim Crow y los impuestos de capacitación para evitar reconocer esos derechos hasta el triunfo del movimiento por los derechos civiles, a mediados del siglo XX. Esto permitió que las mujeres adineradas y de clase media pudiesen votar, mientras que muchos hombres y mujeres pobres y pertenecientes a minorías fueron excluidos del proceso de votación.

En 1876, el Tribunal Supremo dictaminó que los nativos americanos no eran ciudadanos tal y como definía la 14ª enmienda, y por lo tanto no podían votar. En 1890, se les dijo que podían solicitar convertirse en ciudadanos naturalizados en sus propias tierras ancestrales. Se aprobaron leyes que denegaban la ciudadanía a distintos tipos de inmigrantes asiáticos en 1882 (la excepción china) y 1922 (inmigrantes japoneses). En 1919 y 1925, los nativos americanos y los filipinos, respectivamente, pudieron ganarse la ciudadanía si arriesgaban sus vidas en las guerras estadounidenses. Distintas estipulaciones, incluidas las leyes Jim Crow y los impuestos de capacitación, dejaron a la mayoría de la población indígena de los EE.UU. y sus territorios, junto con la mayoría de los inmigrantes asiáticos y la mayor parte de las minorías, sometidos al gobierno estadounidense sin tener representación alguna; la misma injusticia que desencadenó la guerra revolucionaria. Los asiáticos no vieron su derecho al voto reconocido universalmente hasta el acta de McCarran-Walter de 1952. El derecho al voto de los nativos americanos no fue totalmente reconocido hasta 1957, 37 años después de la 19ª enmienda que reconocía el derecho de las mujeres a votar… 12 años antes de que el hombre pisara la luna por primera vez. Y no fue sino 8 años después de que los nativos americanos fueron reconocidos, 4 años después del primer vuelo espacial estadounidense tripulado y 4 años antes de que el hombre llegara a la luna, que se aprobó la Ley del Derecho al Voto, garantizando el derecho al voto de todos los negros y otras minorías. Las mujeres blancas de clase alta consiguieron el derecho al voto en 1920. Los hombres y mujeres negros en situación de pobreza no lo obtuvieron sino hasta 1965.

Las feministas que pintan la historia del sufragio ciudadano estrictamente en términos de género lo hacen ignorando o bien despreciando la realidad. Los problemas del desarrollo de la civilización occidental no se han definido con tanta claridad, ni tampoco la influencia del feminismo sobre la evolución del derecho al voto. Fue a la vez una lucha independiente y conjunta de muchos grupos marginados (incluido, entre otros, el movimiento por los derechos femeninos) lo que provocó la reforma del voto en Inglaterra y en Estados Unidos.

El movimiento sufragista no es más que otro ejemplo de cómo las feministas abordan un problema humano como si únicamente afectase a las mujeres, y como si únicamente las mujeres mereciesen ayuda.

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El Ratel

El Ratel ("The Badger") has helplessly seen the rise of politically correct nonsense, inclusive language and feminist ideology in his native country, Spain. After getting in contact with the MRM and antifeminist ideas, his attempts to talk about it were met with disdain and disgust. That is why he adopted a secret identity and started doing what he does best: spreading information by means of writing and translation.

El Ratel ha presenciado el auge de las estupideces políticamente correcta, el lenguaje inclusivo y la ideología feminista en su país natal, España. Tras entrar en contacto con las ideas del Movimiento por los Derechos del Hombre y el antifeminismo, sus intentos por hablar de ello fueron recibidos con desdén y desprecio. Por eso, tomó la decisión de adoptar una identidad secreta y hacer lo que mejor se le da: difundir información a través de la escritura y la traducción.

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