Traducción de un vídeo y un artículo de GirlWritesWhat:
Hubo un comentario en mi último vídeo que se burlaba de mi afirmación de que, a menos que cambie nuestra actitud, la sociedad acabará por llegar al… llamémoslo fempocalipsis. Es decir, que el feminismo terminará por contribuir al derrumbamiento económico y social.
Mucha gente es incapaz de concebir esa idea, porque a todos nos han repetido hasta la náusea que el feminismo es una de las causas de la prosperidad, cuando en realidad, en gran parte (o quizás completamente) es una consecuencia de la prosperidad.
Consideremos el patriarcado, o por decirlo de otra forma, el contrato social del matrimonio y la paternidad. Este sistema beneficiaba a todas las partes, en un mundo de trabajo principalmente manual (gran parte del cual, desde la era de la agricultura, estaba más allá de las capacidades físicas de la mujer). Recordemos también que somos una especie cuyas crías tienen uno de los períodos más largos de completa indefensión e inmovilidad de toda la tierra, y que la madre las amamanta para nutrirlas durante hasta cuatro años.
Debido a que los hombres no sufrían la carga de la gestación, lactancia y cuidado de los hijos, como individuos eran capaces de subsistir y sobrevivir empleando únicamente un pequeño porcentaje de su capacidad de trabajo. Cuando los machos de cualquier especie no necesitan hacer nada más que sobrevivir, suele emplearse mucho tiempo en no hacer nada; no se trata de vaguería, sino de eficiencia. Es una estupidez gastar más energía de la necesaria en el trabajo, sobre todo cuando ese trabajo es físicamente exigente, tiene un impacto negativo sobre la salud, y es peligroso.
Debido a que las mujeres sufrían la carga de la gestación, lactancia y cuidado de los hijos, debido a que esos hijos tienen un período muy largo de indefensión, y debido a que las mujeres no han tenido ningún control real sobre su fertilidad hasta hace unas décadas, las mujeres no podían emplear toda su capacidad de trabajo durante una gran parte de su vida, y yo añadiría que, en períodos de vulnerabilidad extrema, antes y después del parto, no podían llevar a cabo (de forma constante y fiable) ni siquiera el trabajo necesario para mantenerse vivas, y mucho menos a su descendencia.
El dilema mutuo consistía en que esos hombres individuales, que solo necesitaban gastar una pequeña cantidad de energía para subsistir, probablemente querían pasar sus genes tanto como el que más. Y esas mujeres individuales necesitaban ayuda y apoyo para criar a sus hijos en un mundo sin guarderías, sin seguridad social, sin bajas por maternidad, sin fórmula para lactantes ni trabajos fáciles con horarios flexibles ni subsidios de salud.
Un hombre no podía tener hijos sin la cooperación de una mujer, y una mujer no podía criar a sus hijos con eficacia y seguridad sin la cooperación de… alguien.
Y ahora voy a tomar prestado algo de otro blogger, Rob del blog No Ma’am, y leer una parte de su descripción del patriarcado y del matrimonio monógamo vitalicio, porque lo explica extremadamente bien.
Cuando retrocedemos y observamos el panorama general, vemos que tanto machos como hembras tienen un superávit y un déficit:
Los hombres tienen un superávit de trabajo, pero un déficit de capacidad reproductiva.
Las hembras tienen un superávit de capacidad reproductiva, pero un déficit de trabajo.
Ahora quizá ya se pueda entender por qué el matrimonio es un contrato económico.
El hombre “vende” su superávit de trabajo a la mujer a cambio de su capacidad reproductiva.
La mujer “vende” su capacidad reproductiva al hombre a cambio de su superávit de trabajo.
Para poder “vender” algo, primero tienes que “poseerlo”, y al “venderlo”, accedes a transferir su propiedad al comprador. Esa es la base de la economía, y como se puede ver, se basa en los derechos de propiedad.
En el contrato económico del matrimonio, la mujer accede a transferir la propiedad de su capacidad reproductiva sexual al hombre, y ella se apropia de su superávit de trabajo como pago.
Así que en efecto, si bien las feministas insisten e insisten en que las mujeres eran una “posesión”, hay algo de verdad en ello, porque en un sentido muy real, la sexualidad de la mujer se convertía en propiedad del marido. Se consideraba que el marido “poseía” su sexualidad y el producto de la misma (los hijos). Los hijos del matrimonio se convertían en su propiedad, porque él los había pagado.
(Hay que indicar que mientras que los hijos de un matrimonio pertenecen al marido, los nacidos extramatrimonialmente pertenecen a la mujer. Una mujer soltera es propietaria de su sexualidad, y los productos/hijos de esa sexualidad también le pertenecen.)
Y también es por esa razón por la que, en el pasado, las mujeres eran más duramente castigadas por el adulterio que los hombres. La sexualidad de la esposa ya no le pertenecía, y no la podía regalar.
Y por eso, en el pasado, cuando una mujer era violada, se consideraba un robo contra el marido. Alguien “robaba” una sexualidad que era de su propiedad.
Y también por eso, en el pasado, se consideraba imposible que un marido fuera culpable de violación conyugal. ¿Cómo se puede robar algo que te pertenece?
Así que las feministas no mienten del todo cuando dicen que las mujeres eran “posesiones”, como esclavas. La sexualidad de la esposa (NO su persona) era, efectivamente, “propiedad” del marido, y se usaba como medio de producción: la producción de los hijos del marido.
Pero, como siempre, las feministas solo dicen medias verdades. La cantinela de “las mujeres eran poseídas como esclavas” omite la segunda estrofa: “y los hombres eran poseídos como bestias de carga”.
Aparte de esto, algo que me resulta muy interesante es que, en un reciente experimento con monos capuchinos, se descubrió que una vez les enseñaban el concepto de “dinero” (unas fichas que podían meter en una máquina que proporciona comida y chucherías) los machos no tardaban mucho tiempo en intercambiar sus fichas por favores sexuales, y las hembras se mostraban más que dispuestas, y gastaban las fichas en uvas y gelatina. Así que esta idea de que la capacidad reproductiva de la mujer es un producto valioso por el que los hombres están dispuestos a pagar (ya sea mediante el matrimonio o la prostitución) no es una construcción social exclusiva del ser humano, diseñada por el hombre para oprimir y explotar a la mujer. Si constituye explotación, ambas partes son culpables. Teniendo en cuenta lo rápido que esos monos empezaron a ejercer la prostitución, es normal que se considere la profesión más antigua del mundo.
También hay que mencionar que la expectativa de castidad de la mujer, socialmente impuesta durante el patriarcado, estaba sobre todo al servicio de los intereses y el bienestar de la mujer. Es decir, una mujer sin un marido que la ayudara a criar un hijo, colocaba en una posición de enorme desventaja tanto al hijo como a sí misma.
Y TAMBIÉN hay que mencionar que, debido a los roles de género del patriarcado, los hombres sufrían una tremenda censura social por no estar a la altura de SU parte del contrato matrimonial. Es decir: lo único que resulta más despreciable que una golfa es un marido/padre haragán, perezoso y holgazán.
Y TAMBIÉN (esta es la última) hay que mencionar que el componente “vitalicio” del contrato matrimonial protegía y beneficiaba a una mujer que viviera en condiciones socioeconómicas difíciles, mucho más que al hombre. El valor del hombre en el “contrato económico del matrimonio” suele aumentar con el tiempo, a medida que consigue experiencia laboral, ahorros y propiedades, mientras que el valor de la mujer (su capacidad reproductiva) alcanza el máximo muy pronto, y desaparece mucho antes de que muera por causas naturales. El matrimonio vitalicio protegía a las mujeres de posibles maridos que las abandonaran cuando desapareciera su fertilidad (y con ella, sus opciones), en favor de alguien más joven; las protegía de que un hombre aprovechase sus años más valiosos y después la intercambiase por un modelo más nuevo. En cierto sentido, el hombre le debía a la mujer “beneficios de pensión” después de que la contribución principal de la mujer al contrato económico hubiese desaparecido.
Otros detalles:
Los hombres casados y con hijos (sobre todo si tienen la sensación de propiedad filosófica, si no de posesión material, de sus hijos) están más motivados a la hora de trabajar a rendimiento completo. Tradicionalmente, en el matrimonio, cuando nace un hijo, el hombre suele aumentar su participación y su capacidad para el trabajo remunerado. Y se ha demostrado que los hombres divorciados que no tienen acceso a sus hijos tienen mayores probabilidades de no poder pagar la pensión alimenticia, mientras que si tienen acceso a los hijos y se involucran con ellos, aumenta la probabilidad de que paguen la pensión alimenticia al completo.
Las mujeres también son, en su mayoría, hipérgamas, ya sea de forma consciente o inconsciente. Incluso una mujer que jamás se plantearía “casarse por dinero”, suele cotejar ciertos patrones de éxito antes de considerar a un hombre como candidato de larga duración. Ese patrón suele ser, incluso hoy en día, “que sea tan exitoso como yo, o más”. Y a juzgar por muchos de los artículos que he leído, incluso de feministas desilusionadas y solteras de treinta años, la idea de “asentarse” de la mayoría de las mujeres tiene tanta relación con el potencial profesional/económico como con la personalidad, el sentido del humor o la inclinación del hombre a lavar los platos.
Así que vamos a analizar por qué este contrato social de matrimonio monógamo vitalicio (incluso con su censura de las mujeres caídas en desgracia, su imposición de roles de género y su autoridad sobre los hijos en manos del marido) siempre se ha considerado tan importante para la sociedad.
Veamos. Para que la sociedad funcione, hacen falta dos cosas: espaldas fuertes (en sentido literal o figurado) que lleven a cabo el trabajo necesario para que todo siga adelante (construir carreteras, arar campos, sacrificar vacas y acarrear ladrillos) y personas cuyo trabajo sea sustituir a esas espaldas fuertes cuando las más viejas se agoten.
A los hombres se les da muy bien ser las espaldas fuertes, que eran mucho más necesarias antiguamente que hoy en día, y las mujeres, tanto si se les da bien como si se les da mal acarrear ladrillos, son las únicas que pueden generar más espaldas fuertes que sustituyan a las viejas. A la sociedad le convenía enormemente mantener a las mujeres haciendo ese trabajo, porque sin la medicina moderna ni otros lujos, con las altas tasas de mortalidad infantil y la baja esperanza de vida, hacía falta que nacieran muchos bebés para que las cosas siguieran su curso. Y creo que es importante indicar que una VASTA mayoría de hombres y mujeres, a lo largo de la historia, no han tenido acceso alguno a la educación, que les podría haber permitido realizar trabajos que no implicaran esfuerzos físicos en los que podían morir.
El patriarcado funcionaba muy bien para la sociedad en general, porque proporcionaba a las mujeres el superávit de trabajo que necesitaban para poder criar a sus hijos en la mejor situación posible, SIN QUE LE COSTASE NADA A NADIE más que al marido y padre. Y el hecho de que los hijos “pertenecieran” al padre motivaba a la inmensa mayoría de hombres a hacer algo más que subsistir; a trabajar con mayor rendimiento. Es decir, que se trabajaba mucho, y que el superávit económico generado por los hombres iba directamente a las mujeres que lo necesitaban. Por supuesto, este acuerdo beneficiaba a algunas mujeres más que a otras (las que se casaban bien), y a algunos hombres más que a otros (aquellos cuyas esposas no resultaban ser estériles), y no era raro que una parte saliese más beneficiada que la otra en el matrimonio. Pero, en la mayoría de los casos, cumplía a la perfección su función de engranaje fundamental de la sociedad.
De hecho, algunos antropólogos han propuesto que los neandertales se extinguieron porque dividían el trabajo de manera equitativa, en un mundo donde no era posible mantener una población (y aumentarla) si se dividían los riesgos mortales y el trabajo de manera igualitaria; y en cuanto los desgraciados neandertales se toparon con los humanos modernos, que tenían una división del trabajo por géneros, basada en priorizar la seguridad de la mujer, se acabó todo.
Y eso es lo que suele pasar con las sociedades que se han organizado mediante acuerdos distintos al patriarcado: los escasos matriarcados que han existido en la historia solían ser pequeños y pobres, y desaparecían al menor contacto con los patriarcados.
He oído decir que no hay motivos para pensar que una sociedad matriarcal no pudiera tener tanto éxito como una patriarcal, ahora que el mundo, la tecnología y la naturaleza del trabajo son distintos.
Yo creo que hay multitud de pruebas que demuestran lo contrario.
Por ejemplo, el Reino Unido se ha convertido básicamente en un matriarcado parcial en cuanto a la unidad social básica, la familia. El hombre ya no posee ni a los hijos ni la sexualidad de la mujer; por el contrario, incluso los hijos nacidos dentro del matrimonio son más bien «propiedad» de la madre. El número de madres solteras no deja de aumentar: la mitad de los bebés que nacen tienen madres solteras, y al menos el 20% de los niños viven actualmente en hogares con madres solteras.
Sin embargo, incluso ahora que tenemos trabajos seguros, fáciles, de interior y bien pagados, parece que las mujeres siguen necesitando el superávit de trabajo que solían proporcionar los maridos y padres, en forma de prestaciones por maternidad, por ejemplo. Ahora obtienen ese superávit de trabajo del estado. Los hombres contribuyen desproporcionadamente a las arcas del estado con sus impuestos, y las mujeres se llevan una parte desproporcionada de los beneficios. También obtienen ese superávit de trabajo en forma de pagos forzosos: pensiones conyugales y alimenticias de padres divorciados, o de hombres solteros que a menudo ni siquiera dieron su consentimiento para ser padres.
El gobierno británico se ha mostrado bastante… indiferente ante la idea de que los padres tengan acceso a sus hijos, y como ya he mencionado anteriormente, cuando los padres no tienen acceso a sus hijos se reduce su productividad y la cuantía de las pensiones alimenticias que pagan. Los padres que ni siquiera querían tener hijos están más o menos en las mismas circunstancias que los que han sido apartados de las vidas de los hijos que sí quisieron tener; sobre todo porque su productividad se penaliza: cuanto más ganen, más tendrán que pagar en concepto de pensión alimenticia. Por lo tanto, no solo NO se les anima a ser más productivos proporcionándoles acceso a sus hijos (y con ello, un sentimiento de propiedad), sino que además se les incentiva a ser todavía MENOS productivos, porque cualquier superávit que puedan producir les será arrebatado de todas formas.
Y debido a que este superávit de trabajo no pasa voluntariamente de manos del hombre a manos de la mujer (es decir, debido a que se lo tienen que quitar al hombre, de una u otra manera), existe toda una máquina burocrática que se lo arrebata al hombre y se lo da a la mujer, quedándose una parte por el camino, en pago de sus servicios.
Suelo utilizar el término «estado niñera» que emplean los críticos políticos, pero en realidad, a todos los efectos, lo que tenemos es un «papá estado». Los hombres pagan al sistema con impuestos y pagos directos, y las mujeres obtienen dinero del sistema en forma de pensiones conyugales, alimenticias, exenciones tributarias, asistencia médica subvencionada, servicios de guardería y vivienda, programas de actividades extraescolares patrocinados por el gobierno, complementos de renta, cupones de alimentos y prestaciones sociales. No todas las mujeres con hijos son un desagüe para el sistema, pero las mujeres, como grupo, sí que lo son, sin ninguna duda. No todos los hombres dan al sistema más de lo que reciben, pero los hombres, como grupo, sí que lo hacen. Así funciona el sistema… por ahora.
Pero echemos un vistazo a otros costes que conlleva ser madre soltera, especialmente si los padres están totalmente ausentes: las desventajas estadísticas que tienen los hijos. Esos niños tienen un riesgo de 2 a 10 veces mayor de:
- drogodependencia
- absentismo escolar
- problemas de salud
- abusos
- problemas de comportamiento y trastornos de la personalidad
- comportamiento criminal
- actividad de bandas
- suicidio y fuga del hogar
- abandono escolar en todos los niveles educativos
- encarcelamiento como menores y adultos
- enfermedades de transmisión sexual
- tener hijos sin una relación estable
- ser padres adolescentes
Es decir, que existen abundantes costes, directos e indirectos, asociados a la ruptura del matrimonio como base de la sociedad; todos esos costes aumentarán a medida que los dos últimos elementos (tener hijos siendo soltero o adolescente) producen cada vez más madres solteras.
Pero tranquilos, ¡que aún hay más!
Cuando un hombre no consigue pagar la pensión alimenticia, lo encarcelamos, con un coste anual de alrededor de 60.000 dólares. No solo supone un coste directo para todos nosotros, sino que hemos eliminado su capacidad para ganar dinero y para pagar impuestos mientras está en la cárcel, y lo que es más, estamos obstaculizando y minando sus opciones de volver a ser un miembro productivo de la sociedad cuando salga de la cárcel, ya que tendrá antecedentes penales. Básicamente, estamos pagando para que sea menos productivo y se convierta en una carga. ¡Todo el mundo sale perdiendo!
Consideremos también que, cuando una familia se rompe, de repente hacen falta dos hogares, y casi el doble de dinero para mantener al mismo número de personas. Todo ese dinero va ascendiendo y pasando a los altos cargos de las empresas, en vez de quedarse en las cuentas de ahorros de esas personas, para ayudarles a construir un futuro. Y como la mujer controla el 80% del gasto de consumo en Occidente, cuando más dinero se coloque exclusivamente en manos de la mujer, más se gastará en bienes de consumo, y con ello, en primas para los altos ejecutivos.
Y lo más increíble es que todo esto suena muy bien sobre el papel, porque un divorcio aumenta el PIB: cualquier cosa que provoque que el dinero cambie de manos aumenta el PIB. Para los que llevan las cuentas de manera simplista, vale tanto lo positivo como lo negativo. Un accidente de circulación que cause la muerte de varias personas puede elevar el PIB (a través de intercambios monetarios entre compañías de seguros, médicos, enfermeras, personal médico, funerarias, ambulancias, grúas, peritos, demandas, acusaciones, etc.) en mayor grado que si ese accidente no se hubiera producido, y esas personas hubieran llegado a la vejez. De manera que el divorcio puede elevar el producto interior bruto aunque en realidad no tenga nada de productivo; aunque en realidad lo que haga sea aumentar la pobreza. Los que se enriquecen con ello son los abogados, las empresas, los agentes hipotecarios, la burocracia, las compañías de crédito y los bancos, no las familias.
Cuando se rompe una familia, ambos padres suelen tener que trabajar a pleno rendimiento para alcanzar una calidad de vida para todos, que aun así seguirá siendo menor de lo que sería si siguieran juntos. Y lo más impresionante es que, cuanta más gente se vea obligada a trabajar a pleno rendimiento, más competitividad habrá para conseguir un empleo, y las empresas tendrán más poder para reducir los salarios. No me sorprende en absoluto que con la avalancha de amas de casa aburridas que saturaron el mercado de trabajo después de la invención de la píldora anticonceptiva, con el aumento en el número de divorcios y de madres solteras, los salarios no hayan aumentado con la inflación.
Al mismo tiempo, la demanda de los productos de las empresas (empleos y mercancías) continúa aumentando, a medida que la familia nuclear se desintegra, y que todas esas familias con un solo hogar se transforman en familias con varios hogares, que consumen el doble. Cuanto más se degrada la familia, más necesitamos empleos y bienes, y más poder tienen las empresas para elevar el coste de la vida mediante la inflación de precios (y los salarios de sus ejecutivos), al mismo tiempo que reducen los sueldos.
Una vez más, todo el mundo sale perdiendo.
Y mientras se produce todo esto, la máquina estatal que le arrebata al hombre sus obligaciones, y les entrega a la mujer y a los hijos su superávit de trabajo, no deja de crecer y de engordar, es menos eficiente y su hambre aumenta, y la brecha entre los más ricos y el resto del mundo aumenta cada vez más, porque terminamos teniendo que trabajar más para proporcionar una calidad de vida decente a nuestros hijos.
Pero tranquilos, ¡que aún hay más!
¿Recordáis a aquellos niños con madres solteras? ¿Los que se enfrentan a mayores riesgos de toda clase de problemas sociales, problemas que los llevarán a ser un lastre en vez de un miembro productivo de la sociedad?
Pues veamos. El 20% de los hombres menores de 25 años del Reino Unido se consideran básicamente no aptos para trabajar. Tras los disturbios de Londres, se culpó a la falta de figura paterna. Y eso es cierto; lo que no es cierto es culpar de la falta de figura paterna a los propios padres, en vez de a un sistema en el que los padres se consideran superfluos en la vida de sus hijos, más allá de su papel de cajero automático, y que anima a la mujer a imponer la paternidad a un hombre que no la quiere aceptar, ya que ese sistema no las considera completamente responsables de sus propias decisiones reproductivas. Este sistema ha conseguido desincentivar el desarrollo de relaciones a largo plazo, al inclinar la balanza de poder absolutamente en favor de la mujer en cuanto se produce algún problema, al mismo tiempo que inclina la balanza de la responsabilidad hacia el lado del hombre, mucho más que en tiempos del patriarcado.
Varias organizaciones feministas han luchado con uñas y dientes contra la presunción de custodia compartida o de acceso equitativo a los hijos después del divorcio, desde el mismo momento en que se hicieron esas propuestas, y para ello emplean unas estadísticas de violencia doméstica que dan mucho miedo (y que son muy parciales, muy partidistas y con muchos fallos). En cuanto se menciona la idea de la renuncia legal paterna (que, básicamente, haría que la propiedad y la responsabilidad de la sexualidad de una mujer soltera le perteneciesen exclusivamente a ella), las feministas cierran filas y gritan “¿¿Y qué pasa con los niños??”.
El feminismo también luchó con uñas y dientes para que el divorcio sin culpa fuese una realidad; no para que las mujeres pudieran acceder al divorcio con la misma facilidad que los hombres, sino para que el divorcio unilateral (y sin que ninguna de las partes hubiese hecho nada malo para provocarlo) fuese una realidad legal. Y, ¡mirad!, ahora el 70% de los divorcios los solicitan las mujeres, y la causa más común que se alega es “insatisfacción”. Ni maltrato, ni adulterio, ni siquiera diferencias irreconciliables. Sencillamente “no estoy satisfecha al 100%”. Y después afirman que cuando a un hombre se le niega la custodia o el acceso a sus hijos, se trata de “sexismo contra la mujer”, y que las pensiones conyugales son “sexismo benevolente”, aunque “a veces son necesarias”, y por lo tanto “es demasiado pronto para eliminarlas”.
Las feministas han luchado y siguen luchando por la libertad reproductiva de la mujer, pero no parece importarles mucho la falta de responsabilidad que demuestran ciertas mujeres con afición a quedarse embarazadas y a tener hijos sin estar casadas, con una tasa del 60%, en una época en la que tienen un control casi total sobre su fertilidad. A pesar de que las mujeres tienen el 100% de la capacidad de decisión sobre la reproducción (sin importar lo que haga o deje de hacer el hombre), muy pocas feministas consideran que esas mujeres deberían ser las responsables económicas absolutas de esas mismas decisiones. No solo el aborto debería ser libre; la pensión alimenticia debería ser automática. A pesar de no tener ninguna autoridad en esa decisión, el hombre sigue siendo considerado parcialmente responsable, y también TODA LA SOCIEDAD, como se puede comprobar con el aumento del gasto social necesario para que las opciones reproductivas de la mujer no supongan una carga para ella.
Puede que la reproducción sea una carga para la mujer, pero también es un poder para ella. A las feministas les parece perfecto permitir que se haga un ejercicio irresponsable de ese poder, y también han sugerido y promovido medidas diseñadas para garantizar que cualquier decisión reproductiva que tome una mujer, ya sea inteligente o estúpida, le cueste lo mínimo posible a esa mujer.
Vamos a analizar otras iniciativas feministas. En la década de 1980, la balanza de la educación obligatoria y terciaria ya se inclinaba en favor de la mujer, pero en esa década y en la siguiente las feministas insistieron en introducir medidas como las cuotas de género, la discriminación positiva y la financiación exclusiva para mujeres, además de cambios en la enseñanza primaria (como el método whole language) que mejoraron los resultados de las niñas en relación con los niños (lo más surrealista es que se ha demostrado que el método whole language perjudica tanto a los niños como a las niñas, en comparación con el antiguo método phonics; lo que pasa es que perjudica MÁS a los niños). Por lo tanto, se le dio un empujón muy fuerte y muy caro a una balanza que ya se estaba inclinando en esa misma dirección, y ahora empezamos a ver los resultados.
Actualmente, los hombres son la minoría de los graduados de secundaria, y la mayoría de los que abandonan los estudios, en todos los niveles. Hoy en día hay más mujeres que hombres con diplomas de secundaria y licenciaturas. En Estados Unidos, las mujeres menores de 30 años ganan una media de un 8% más que los hombres.
Y aunque las cuotas, los incentivos, la financiación específica, las becas y otras medidas similares ya no deberían hacer falta para ayudar a un sector demográfico que en estos momentos domina todos los niveles educativos (excepto los STEM: ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas), y que gana más que sus homólogos masculinos, ninguna organización feminista parece opinar que ya es hora de deshacerse de estas medidas, o de introducir otras medidas específicas para ayudar a los hombres. Hemos dado prioridad a las oportunidades profesionales de la mujer, a costa de las del hombre, y nos está costando mucho a todos debido al gasto que requiere.
Ahora, veamos lo que ocurre en el mundo real, examinando la profesión concreta de la medicina. Las plazas en las facultades de medicina son muy limitadas, porque el coste de formar a un médico es tan grande que la matrícula no lo cubre en absoluto. El gobierno (y los contribuyentes privados) dan dinero directamente a las facultades para cubrir estos costes “invisibles”. Digamos que nos cuesta un dólar a todos formar a un médico… alrededor de medio millón de dólares en total.
Y ahora, vamos a ver la rentabilidad de la inversión de un médico y de una médica. Un hombre casi siempre termina trabajando 44 horas por semana o más, durante 35 años. En ese tiempo, va a pagar una enorme cantidad de impuestos, y proporcionará 44 horas semanales o más de servicios necesarios para la comunidad. También es más probable (en comparación con una mujer) que trabaje en turnos desagradables pero cruciales, como los turnos nocturnos. Si tiene hijos, lo más probable es que trabaje más, no menos. Y con ese cuantioso sueldo, genera un poder adquisitivo que devuelve en impuestos de compras, de combustible, de propiedad, de valor añadido, etc.
Una médica suele tener a su primer hijo en los primeros 10 años después de obtener el título. En ese momento, se dará de baja durante un máximo de un año, y recibirá prestaciones por embarazo. Al volver al trabajo, lo más probable es que trabaje 35 horas por semana o menos. Si tiene otro hijo, se dará de baja durante otro año, o puede que más. Y puede optar por trabajar incluso menos horas, cuando vuelva al trabajo (si es que vuelve). Puede retirarse completamente del mundo laboral, antes de la edad oficial de jubilación. En los primeros diez años desde que obtienen el título, una minoría considerable de mujeres profesionales ha reducido su jornada laboral a una de tiempo parcial, o ha dejado de trabajar por completo. De media, los médicos trabajan más horas al año, y en total, que las médicas.
Y cuando un alto porcentaje de los médicos son mujeres, de repente resulta que te toca esperar tres semanas para ver a tu médico de cabecera.
De media, se obtiene MUCHO más de un médico varón, en cuanto a trabajo, que de una médica, a cambio de nuestra inversión de medio millón de dólares. Y debido a que esa médica ha ocupado una de las plazas limitadas… a todos los efectos se trata de un todo o nada: hay un candidato cualificado que no ha podido entrar para que ella pudiera formarse.
Con esto no quiero decir que la maternidad no sea importante, o que esa mujer no esté siendo productiva. Lo que digo es que no ha sacado el máximo partido a su costosa formación, y nos está dando un rendimiento de la inversión más reducido.
Y aunque hay muchísimos hombres que consiguen un título universitario (que pagamos entre todos) y no hacen nada con él, es más probable que los hombres, durante su vida, nos devuelvan ese dinero con intereses, sencillamente porque los hombres todavía ganan más dinero que las mujeres, pagan más impuestos y extraen menos del estado.
Al dar prioridad a la mujer en todos los niveles educativos, hemos obstaculizado la capacidad del hombre para ser productivo y mantenerse a sí mismo, tal y como necesita el sistema. Y al fomentar la maternidad soltera y permitir que las mujeres alejen a los padres de sus hijos, estamos creando media generación de niños con riesgo de acabar siendo no aptos para trabajar, convirtiéndose así en una costosa carga para el estado cuando sean adultos, y otra media generación de niñas con grandes probabilidades de perpetuar y exacerbar este problema al terminar siendo madres solteras.
Al hacer que el matrimonio sea para los hombres un riesgo que ni siquiera un ludópata empedernido querría correr por nada del mundo, si tiene dos dedos de frente, hemos motivado a los hombres para que sean menos productivos de lo que serían o podrían ser. Y al introducir a un intermediario insaciable en el contrato entre hombre y mujer para el superávit de trabajo del hombre, únicamente hemos conseguido aumentar el tamaño del gobierno, sus costosos y numerosos trámites burocráticos, y los déficits con los que suele funcionar.
Cuanto más débil sea el concepto de paternidad, más débil será la sociedad. Ciertos japoneses desmoralizados han iniciado una tendencia llamada “herbívoros”: el 60% de los hombres menores de 30 años no tienen interés en casarse, tener hijos ni conseguir un trabajo con un salario mayor del imprescindible para vivir. Los economistas japoneses se están volviendo locos, porque las mujeres y los niños siguen necesitando el trabajo masculino, independientemente de cómo cambie de manos, y el dominio económico japonés se basaba en la productividad generada por ese superávit de trabajo.
Resumiendo:
Ahora que la transferencia del superávit de trabajo del hombre a la mujer debe pasar por un intermediario, que se lleva un trozo del pastel por el camino (lo que hace que engorde y tenga más hambre), el resultado es que es necesaria cada vez más productividad, para mantener a las mujeres, los niños, y alimentar la maquinaria del estado. En los países occidentales, esa maquinaria ha multiplicado por 100 su tamaño desde el sufragio femenino, y ha empezado a tirar de tarjeta de crédito con cualquier excusa, vendiendo el futuro trabajo de nuestros hijos a gobiernos extranjeros, para poder financiar el derroche actual.
¿Pero qué es lo que hemos hecho? Hemos eliminado la motivación masculina para ser productores económicos, ya que hemos acabado con cualquier beneficio que el matrimonio y los hijos pudieran tener para ellos, de manera que cada vez más hombres se niegan a las 50 horas semanales y optan por trabajos a tiempo parcial, cerveza y videojuegos. A otros, el sistema los ha dejado tan dañados y dependientes que no pueden ser productivos en absoluto. Así que, en términos prácticos, tenemos MENOS productividad. Y esos niños, en los que confiamos para que nos saquen de apuros cuando los gobiernos extranjeros empiecen a exigir el pago de sus deudas, van a ser cada vez menos capaces de salvarnos el culo, a medida que generación tras generación crezca en hogares monoparentales.
Todo esto se ha podido financiar gracias a que los hombres pagan la mayor parte de los impuestos. Pero debido a nuestra decisión de priorizar la educación de la mujer sobre la del hombre, esta generación de hombres tiene mayores probabilidades de abandonar sus estudios en todos los niveles, menores probabilidades de llegar a la educación terciaria, y ya ganan un 8% menos que las mujeres de menos de 30 años. Lo que estamos haciendo es obstaculizar la rentabilidad de las personas que financian el sistema que las mujeres necesitan, y dando prioridad a la educación y la formación de las personas con menores probabilidades de aprovechar al máximo esa educación y formación. Estamos permitiendo que las mujeres alejen a los padres de sus hijos, sin ningún coste personal (de hecho, la mujer obtiene ventajas numerosas y tangibles por ello), a pesar de que SABEMOS que eso perjudica a los niños y genera costes actuales y futuros para la sociedad. Y también estamos desincentivando la productividad del hombre al no ofrecerle ninguna oportunidad realista para tener hijos que realmente sean suyos, o matrimonios que duren más de unos pocos años, después de los cuales desaparece todo beneficio para ellos, pero permanecen todos los costes y obligaciones.
Y aunque los economistas japoneses se estén volviendo locos porque los hombres sigan su propio camino, en realidad no es necesario tomar una decisión consciente para provocar un fempocalipsis. No es necesario que se produzcan disturbios, como en Londres, ni que se produzca una comprensión colectiva de que ese “privilegio masculino”, del que supuestamente disfrutan, se reduce a “callarse y volver a la fila”, como sucedió en las protestas de Occupy. Lo único que hace falta es que continuemos dando a la mujer todo lo que quiera, al mismo tiempo que seguimos marginalizando al hombre, y finalmente dejará de existir ese superávit de productividad que es necesario para mantener el sistema cada vez más hinchado que necesita la mujer, y caerá por su propio peso.
Y no, no todo es culpa del feminismo. Hay muchos otros factores que intervienen en esta locura. Pero el feminismo parece ser uno de los mayores y más ruidosos lobbies; exigen privilegios y libertades que nos cuestan a todos un ojo de la cara, y todo ello, lejos de amortizarse, no dejará de suponer un coste.
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¡Realmente excelente!
Es uno de mis artículos favoritos de Karen!