Recientemente, ha habido un cierto revuelo en España acerca de la conciliación laboral. Ya lo conocemos todos: la idea de que trabajar no debe estar reñido con el cuidado de los hijos. Desterrar la idea de que es la madre la que debe ocuparse de los niños, mientras el padre trabaja. Indignación porque la baja de maternidad sea mayor que la de paternidad, o porque en las empresas se pregunte a las mujeres si planean quedarse embarazadas, dando por hecho que, en caso afirmativo, sería ella la que tendría que faltar a su trabajo.
Se podría resumir de esta forma: que deje de darse por hecho que la mujer es la cuidadora principal de los hijos. Y en principio está muy bien, hasta que empiezas a ver lo que hay debajo. Porque, eso sí, si defendemos esa idea, tenemos que defenderla EN TODOS LOS ÁMBITOS.
Hay ocasiones en que ser considerada cuidadora principal te supone un perjuicio, como por ejemplo que no te contraten en una empresa. Pero en otras ocasiones, esta consideración supone una clara ventaja: la asignación de la custodia principal de los hijos en un divorcio, y con ella, una importante suma de dinero proveniente del bolsillo del padre, que se convierte en un mantenedor de sus hijos, sin poder disfrutar de ellos. La custodia compartida sería un ejemplo clarísimo de esa voluntad de conseguir que la madre deje de ser considerada la cuidadora principal. ¿Y quién se resiste ferozmente a la custodia compartida? El feminismo, los mismos que defienden la conciliación laboral.
Lo mismo sucede con el tema del aborto: yo, y gran parte de la sociedad, estamos de acuerdo en que una mujer no debe verse cargada con la obligación de tener un hijo si no lo desea, y que con su cuerpo puede hacer lo que quiera. Por supuesto. Pero, con la misma naturalidad, le negamos a un hombre el mismo derecho: decidir no hacerse cargo de un hijo si no lo desea. Lo que podríamos llamar «aborto masculino», o derechos reproductivos masculinos. Cuando se manifiesta esta idea, se reprocha al hombre su falta de responsabilidad y se le insta a “apechugar”, a “haberlo pensado antes”, cosa que también se podría con la mujer, si se la considerase responsable de sus propios actos. Lo cierto es que sigue considerándose que el sexo es algo malo que un hombre le hace a una mujer. Así de sencillo. Y esa idea retrógrada la defienden las mismas feministas (“toda relación heterosexual constituye violación”, ¿lo recordáis?).
No tiene sentido que, tan pronto como un hombre deja embarazada a una mujer, ese hombre tenga que hacerse cargo del bebé, si ella así lo desea. La mujer tiene el poder, en todas las etapas del embarazo y el nacimiento, de decidir si tiene o no a su hijo, y qué responsabilidad va a tener el padre en su crianza. Si el padre desea tener ese hijo, y la madre no, él no puede obligarla a tenerlo (como no es natural). Pero si es al contrario, si el padre no quiere tener al hijo y la madre sí, la madre puede obligar al padre, sin ningún problema legal, a ocuparse del niño, o al menos a pagar su manutención mensualmente.
Esta realidad legal lo que nos está diciendo es que el hijo ES de la madre, y que el padre puede ser expulsado u obligado a entrar en el círculo familiar según los deseos de ella. Por lo tanto, va totalmente en contra de esa tesis inicial: dejar de dar por hecho que la mujer es la cuidadora principal. Si no lo es, si el hijo es de los dos, son los dos los que deben tener autoridad y capacidad de decisión.
En todo el mundo se dan casos de hombres que han sido engañados o directamente drogados y violados por una mujer, con el único fin de quedarse embarazada y tener derecho a una pensión. Ha ocurrido incluso con niños y adolescentes, cuyos padres se ven obligados a pagar a la violadora por haber abusado de su hijo. El caso contrario sería impensable: el hombre sería considerado un corruptor de menores e iría a juicio. Aquí, no sólo a la violadora no le pasa nada, sino que a la víctima se le piden cuentas por el delito que se ha cometido contra ella. También son numerosos los casos de hombres que tienen relaciones sexuales seguras con una mujer, y luego esta utiliza el preservativo para quedarse embarazada sin más.
De modo que el asunto tiene muchas más capas de lo que parece. Si el feminismo desea realmente que la mujer se independice económicamente y se empodere, y que deje de darse por hecho su rol de madre, no puede seguir evitando los casos en los que las mujeres se benefician de esa idea de dependencia y maternidad, a menudo en perjuicio de los hombres. Si no lo hacen, estarán demostrando que, en realidad, la igualdad que persiguen es selectiva, y que sus objetivos tienen más que ver con beneficiar a la mujer a toda costa, sin observar nunca lo que pasa “al otro lado”.
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