Cuestión de respeto

C

Traducción de un artículo original de Hannah Wallen.

Hoy he escuchado una pregunta descontextualizada que creo que representa muy bien un aspecto concreto de la controversia de #gamergate, de muchos problemas masculinos y de la reacción pública ante casos de violencia doméstica en famosos, y lo distinta que es esa reacción si el maltratador es un hombre o una mujer. Estaba en una tienda; una mujer se quejaba de un hombre que olía a tabaco, y yo lloré para mis adentros cuando pronunció una frase que parece haberse convertido en la favorita de cualquier mujer con algo de lo que quejarse:

“¿Qué le pasa a ese tío? ¿Es que no respeta a las mujeres?”

Casi siempre que escucho esa frase, la mujer en cuestión utiliza la palabra “respetar”, cuando en realidad quiere decir “venerar”.

Hace mucho tiempo, las mujeres tenían que sacrificar algo para poder ganarse un trato especial. Tenían que abandonar comportamientos rudos como las borracheras, las peleas o la promiscuidad sexual. Se consideraba que las mujeres eran moralmente superiores, y se esperaba que se comportasen como tal. Se consideraba que eran más amables que los hombres, y se esperaba que se comportasen como tal. Incluso la estética femenina consistía en ser más especial que el hombre, y por eso a las mujeres se les permitía, y se les sigue permitiendo, el lujo de llevar ropa que impide llevar a cabo trabajos duros o pesados. A cambio de estar a la altura de esas expectativas, las mujeres tenían derecho a ciertas concesiones que los hombres no tenían. Podían tener una sensibilidad más susceptible, por ejemplo, ofendiéndose ante el lenguaje grosero o ante un tema de conversación desagradable, y esperar que esa aversión fuese tenida en cuenta. Esperaban ser eximidas de ciertas responsabilidades, como mantener a una familia o a sí mismas. Para un caballero no era sólo una responsabilidad, sino un honor, ayudar a una mujer necesitada, y hacer daño a una mujer era un tabú para cualquier hombre. Las mujeres que estaban a la altura de las normas morales y sociales propias de su papel tradicional eran dignas de respeto, hasta el punto de merecer ser veneradas; los hombres que estaban a la altura de sus propias expectativas las veneraban a ellas.

La veneración que exigen hoy las mujeres en nombre del “respeto”, a gritos y de mala manera, no se gana mediante ese mismo acuerdo. Sesenta años de protestas feministas han liberado a la mujer de las restricciones y obligaciones sociales. Eso nos permite ser igual de vulgares, violentas y promiscuas que los hombres —en muchos casos, incluso más—, sin esperar que se nos juzgue por eso. Las feministas lucharon por ello con el pretexto de la igualdad, exigiendo que la sociedad no sólo reconociera su igualdad de derechos y su valor como seres humanos, sino también sus capacidades y su resistencia física. Las feministas lucharon para liberar a la mujer de su parte del trato, pero, ¿qué es lo que dicen en cuanto un hombre trata a una mujer como a una igual, y por lo tanto ya no se le consiente ni se le exime igual que antes? Dicen “¿Qué le pasa a ese tío? ¿Es que no respeta a las mujeres?”.

¿Qué tiene que ver todo esto con #gamergate? Empezó con unas mujeres que se quejaban de la falta de igualdad en el trato, y terminó siendo una enorme campaña de humillación, en la que las mujeres y sus simpatizantes recurrieron a expectativas desiguales tradicionales, para intentar avergonzar a los gamers y conseguir que les dieran un trato especial. Blindar a las mujeres involucradas de las críticas que recibirían si fueran hombres. Tanto las mujeres como los medios de comunicación impusieron la exigencia de venerar a la mujer y la subyugación de las inquietudes de los gamers masculinos, cuando lo que hacía falta era un diálogo abierto [Nota explicativa de la autora: es la exigencia de que los gamers masculinos, preocupados por la corrupción de la industria que produce sus juegos, mantengan silencio para demostrar que veneran a las mujeres. Esa expectativa se utilizó en el Zoegate como un cliché para acabar con cualquier pensamiento, para silenciar su debate sobre los conflictos de interés entre periodistas y desarrolladores de videojuegos. A las gamers femeninas no se les exige lo mismo. En su lugar, quienes se oponen a la crítica a los medios corruptos negaron que hubiera gamers femeninas involucradas en esas críticas; prefirieron convertirlo en un problema de género para justificar su rechazo a esas críticas].

¿Qué clase de respeto es ese?

Se puede ver el mismo fenómeno en varios de los problemas que se debaten en la comunidad de derechos del hombre. Si sacas a colación los derechos parentales equitativos, los grupos de mujeres acallarán cualquier argumento a favor, demonizando a los padres sin ningún tipo de prueba, llamándolos maltratadores y malos padres. Si intentas aplicar los hechos y la razón al debate sobre la brecha salarial, te sacarán inmediatamente la tarjeta roja de la misoginia. Ante la inminencia de un trato equitativo, los grupos de mujeres defenderán las diferencias de los géneros en cuanto a la probabilidad de una detención, de una condena, de una sentencia criminal, y de la duración y el tipo de sentencia —en casos en los que hombres y mujeres cometen el mismo delito. Incluso en ámbitos que deberían ser evidentes y sencillos, como la mutilación genital de menores sin su consentimiento, los grupos de mujeres defenderán la autonomía corporal de las niñas y exigirán la total eliminación de esa tradición, y al mismo tiempo apoyarán que se les aplique a los niños. Y sin ningún argumento distinto a los que se suelen utilizar para aplicársela a las niñas.

Los mismos grupos que defienden la igualdad física en sus argumentos a favor de la igualdad salarial, dirán exactamente lo contrario en cuanto el debate pasa a hablar sobre la violencia sexual y de pareja. El maltrato es maltrato, a menos que la maltratadora sea una mujer y la víctima un hombre. El hombre debe tratar a la mujer igual que trataría a otro hombre… a menos que ella le agreda. En ese caso, le debe otorgar a ella un trato especial y no defenderse de la misma forma que si le agrediera un hombre. Debe consentirla como si fuese una niña revoltosa. Aunque somos todos iguales cuando los defensores de la mujer exigen una parte equitativa de las recompensas de la vida, en cuanto nos enfrentamos a su lado más oscuro, dejamos de ser iguales. De repente, las mujeres son inferiores. Si están de mal humor e inician una pelea, no son lo bastante fuertes para estar en igualdad de condiciones; pero tampoco son lo bastante listas para reconocerlo y no iniciar esa agresión. ¿Con cuál de esos dos mensajes deberían quedarse las mujeres? ¿Tenemos la fuerza y la inteligencia necesarias para ganar el mismo salario que un leñador o un obrero, que un científico o un ingeniero? ¿O somos demasiado débiles como para defendernos y demasiado estúpidas como para evitar pelearnos físicamente con un hombre? ¿Acaso creen las feministas y los justicieros sociales que las mujeres son bobas y no se dan cuenta de la contradicción?

Para mí, esto indica que la indignación femenina está mal orientada. Lo que tiene que ser examinado no son las actitudes de los hombres, sino las actitudes de las feministas y de otros justicieros sociales que juegan la carta de la misoginia para desviar cualquier intento de juzgar a las mujeres según las mismas normas y expectativas con las que se juzga a los hombres. Ese comportamiento indica muy poca fe en sus supuestas convicciones [Nota explicativa de la autora: hago referencia a la afirmación de que las feministas hablan en nombre de las mujeres. El desvío de cualquier intento de juzgar a las mujeres según las mismas normas y expectativas de los hombres indica que, a pesar de que sostengan lo contrario, las feministas no piensan realmente que seamos iguales, y no confían en que las mujeres puedan estar a la altura de esas normas y expectativas].

Feministas y justicieros sociales, ¿qué os pasa? ¿Es que no respetáis a las mujeres?

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El Ratel

El Ratel ("The Badger") has helplessly seen the rise of politically correct nonsense, inclusive language and feminist ideology in his native country, Spain. After getting in contact with the MRM and antifeminist ideas, his attempts to talk about it were met with disdain and disgust. That is why he adopted a secret identity and started doing what he does best: spreading information by means of writing and translation.

El Ratel ha presenciado el auge de las estupideces políticamente correcta, el lenguaje inclusivo y la ideología feminista en su país natal, España. Tras entrar en contacto con las ideas del Movimiento por los Derechos del Hombre y el antifeminismo, sus intentos por hablar de ello fueron recibidos con desdén y desprecio. Por eso, tomó la decisión de adoptar una identidad secreta y hacer lo que mejor se le da: difundir información a través de la escritura y la traducción.

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