El feminismo y el hombre desechable

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Traducción de un vídeo original de GirlWritesWhat. Transcripción de Dean Esmay.

Hace poco, discutí con una feminista que había venido a un espacio seguro masculino desde un blog feminista únicamente para burlarse de la idea de la desechabilidad masculina. Básicamente dijo que todo el concepto era un mito, que las experiencias de vida de los hombres eran completamente erróneas, y que no eran más que una panda de quejicas que se quejaban por nada.

Eso me hizo pensar en el concepto de la desechabilidad masculina, y cómo interactúa con el movimiento feminista. La desechabilidad masculina ha existido desde el principio de los tiempos, y se basa en una dinámica muy, muy simple: cuando se trata del bienestar de los demás, las mujeres van primero, los hombres van al final. Así ha sido siempre. Las plazas de los botes salvavidas, ser rescatado de un edificio en llamas, quién recibe alimento… la sociedad coloca a los hombres al final siempre, y además espera que los hombres se coloquen ellos mismos al final, siempre.

El ser humano siempre ha tenido una dinámica de “las mujeres y los niños primero”, y eso no ha cambiado en absoluto. La diferencia del 93% en las muertes en el puesto de trabajo es prueba de ello, aunque sólo sea porque no hay nadie importante o influyente con el mínimo interés en cambiarlo. De hecho, recuerdo haber leído un artículo en un periódico de British Columba, no hace mucho, en el que se describía la proporción creciente de lesiones laborales femeninas como un tremendo problema, y lo más loco era que el cambio reflejaba un descenso de las lesiones masculinas, no un incremento de las femeninas. Las lesiones laborales masculinas habían bajado debido a que la recesión económica había dejado a tantos hombres sin trabajo en el sector de recursos, que ya no se producían tantos casos como antes de árboles o equipo pesado aplastando a un hombre. Y sin embargo, esto aparecía retratado como un problema tremendo para la mujer, problema que requería tomar medidas inmediatas para resolverlo. Parece que si los hombres no mueren en el trabajo 20 veces más que las mujeres, estamos haciendo algo mal como sociedad.

Antiguamente, cuando vivíamos en cavernas, esa actitud era necesaria para la supervivencia humana. La naturaleza es una amante muy cruel, sobre todo si consideramos la gran cantidad de animales que nunca llegan a morir de viejos. Para los seres humanos, la situación ha sido muy distinta durante la mayor parte de nuestra historia, en comparación con la época actual. La vida era peligrosa, los asentamientos humanos eran pequeños, estaban aislados unos de otros, y cualquier desastre que eliminase a muchas mujeres significaba, poco más o menos, el fin de ese grupo de personas. Así que el nivel de importancia que un asentamiento humano adjudicase al bienestar de las mujeres y niños era casi siempre un reflejo del éxito de ese asentamiento. Y eso se puede aplicar a sociedades enteras.

No paro de escuchar, desde el bando feminista, que la feminidad siempre ha sido minusvalorada, y que se prefiere la masculinidad. Pero yo siempre he defendido que es exactamente al revés: lo femenino es intrínseca e individualmente valioso, sólo porque las hembras son el factor limitante en la reproducción. A la hora de producir bebés, cada mujer es importante, mientras que, biológicamente hablando, un único hombre (muy feliz) podría llevar a cabo el trabajo de cientos de hombres a ese respecto. De modo que el nivel de importancia instintiva que los humanos asignamos a la seguridad y el abastecimiento de las mujeres y de sus hijos es una de las razones principales por las que hemos tenido tanto éxito como especie que hemos terminado por dominar el planeta.

Aunque admito que este impulso por mantener a las mujeres a salvo de todo mal ha resultado muchas veces en límites extremos a su movilidad, su agencia y su capacidad de decisión sobre sus propias vidas, a lo largo de la historia y en numerosas culturas, y aún hoy en día todavía sucede en muchas culturas, creo que es significativo que esas culturas suelen ser las más atrasadas. Si consideramos las restricciones impuestas sobre la mujer en lugares como Afganistán, y después consideramos que “si los bombardeamos hasta dejarlos en la Edad de Piedra” puede ser un progreso, me parece que se podría concluir que las sociedades más exitosas han sabido equilibrar bien la libertad de la mujer y su capacidad de elegir y dirigir sus propias vidas, y la necesidad de protegerlas y abastecerlas.

Sin embargo, las feministas insisten en que esta clase de restricciones impuestas sobre la mujer en esas sociedades representan la cosificación definitiva. Es como guardar tus posesiones bajo llave para asegurarte de que no las pierdes, no te las roban ni les hacen daño. Sinceramente, si yo fuese un hombre en el campo de batalla, me gustaría ser cosificado de esa manera. Si voy a ser un objeto, prefiero ser un objeto sexual, o la posesión más valiosa de alguien, antes que un objeto que puede ser tirado a la basura o hecho pedazos al servicio de otra persona.

Las feministas también tienen una idea muy simplista sobre nuestra voluntad de absolver a las mujeres de los delitos que cometen, darles sólo una pequeña reprimenda, perdonarles el castigo: creen que proviene de la gran falta de respeto de la sociedad por la autonomía de la mujer, ya que no la ve como un ser humano completo, capaz de cuidar de sí mismo; que la vemos como un niño sin conocimiento. Y aunque existen paralelismos entre nuestro deseo de proteger a las mujeres y a los niños, no sólo de sus propias decisiones erróneas, sino de las consecuencias de sus malos comportamientos, no es tan simple como ellas quieren hacerlo ver.

En serio, incluso hoy, ¡en 2011!, cuando la situación se reduce a un hombre y una mujer atrapados en un edificio en llamas, y sólo puedes salvar a uno, la expectativa es que se elija a la mujer, siempre. Así que, sinceramente, ¿la humanidad de quién se está poniendo por encima? No hablamos de ir a trabajar, ni de recibir educación, ni de la libertad de decidir lo que se quiere ser en la vida. No hablamos de ir a clase de tae kwon do. Hablamos de plazas en botes salvavidas. La persona que esté en el bote va a sobrevivir, independientemente de lo capaz o incapaz que sea de gestionar su propia vida, y la persona que se hunde con el barco va a morir, sin importar lo independiente, autosuficiente y maravillosa que sea. Esa es la ecuación: una vida, más valiosa que otra, y la mujer gana, en todos los casos.

¿Hay alguna duda, alguna en absoluto, de que la sociedad siempre ha tenido en mayor estima la humanidad de las mujeres que la de los hombres? Para ser importante para la sociedad, la mujer sólo tiene que “ser”; el hombre, para que su vida tenga significado para alguien más que si mismo, tiene que “hacer”. Creo que fue ManWomanMyth quien dijo que nuestra sociedad rebaja a los hombres de seres humanos a “haceres” humanos. Creo que es una analogía muy acertada. Medimos la valía de un hombre para llevar el título de “hombre”, y por tanto el título de “humano”, en base a lo útil que sea para la sociedad o para las mujeres, y aún hoy, una de las cosas más útiles que el hombre puede hacer a ojos de la sociedad es poner a las mujeres y los niños antes que él.

Aunque creo que hay abundantes argumentos que afirman que esta actitud es innata, al menos en parte (como la mayoría de rasgos de supervivencia, incluso los colectivos), si bien comienza en los cromosomas, nosotros como sociedad hacemos todo lo posible por reforzar esa dinámica. Hay estudios que muestran que aunque los niños bebé lloran y protestan más que las niñas bebé, los padres atienden o consuelan más rápidamente a una niña bebé que a un niño bebé. Teniendo en cuenta también el nivel de aceptación cultural de la circuncisión infantil masculina, y que la mutilación genital femenina se prohibió prácticamente en cuanto oímos hablar de ella, creo que dice mucho sobre nuestras expectativas de hombres y mujeres. Hablando como madre, la última cosa que querría sería oír llorar a mi bebé, sobre todo en una edad en la que están completamente indefensos, a merced de fuerzas externas, y absolutamente dependientes de los adultos en todos los aspectos de su vida, y aun sabiendo lo dolorosa que es esa operación, esperamos que niños de pocos días se aguanten sin más.

Pensad por un momento en estas primeras interacciones y experiencias, estas diferencias en cómo criamos a nuestros hijos según su género, y lo que les estamos enseñando con ello: ¿qué les enseñamos a las niñas al atender sus llantos tan rápido? Les enseñamos a pedir ayuda, porque sus necesidades son importantes. Les enseñamos a avisarnos si tienen miedo o sienten dolor, porque es importante que sepamos que están enfermas, en peligro o heridas, para poder hacer algo al respecto. Les enseñamos a pedir consuelo cuando estén tristes o se sientan solas, porque el consuelo llegará. Les enseñamos que son importantes. Sus necesidades y su bienestar emocional y físico son importantes, porque sí.

¿Y qué les enseñamos a los niños al dejar que lloren? Les enseñamos que no tiene mucho sentido buscar ayuda, porque esa ayuda, si acaso se les da, será a regañadientes. Les enseñamos que les conviene ser autosuficientes a la hora de lidiar con emociones como el miedo, la indefensión, la soledad, la tristeza, el dolor o la angustia: les enseñamos estoicismo. Les enseñamos a aguantarse. Les enseñamos que es mejor ignorar su miedo y su dolor. Les enseñamos que hay otras cosas más importantes que su bienestar emocional y físico.

Teniendo en cuenta todo esto, ¿por qué nos extraña que sea casi imposible convencer a un hombre de que vaya al médico si está enfermo?

Lo que le enseñamos a ese niño es todo lo que un hombre debe saber, sentir y creer sobre sí mismo cuando esté delante de su cabaña con un rifle en la mano, mientras su mujer y sus hijos se esconden dentro. Lo estamos preparando para el día en que tenga que calar la bayoneta en su rifle y cargar colina arriba bajo el fuego enemigo, y lo estamos preparando para tomar la decisión de resignarse a una muerte glacial, mientras las mujeres y los niños escapan en los botes salvavidas. Le enseñamos a interiorizar su propia desechabilidad.

¿Y a las niñas? Al atender sus llantos tan rápidamente, al hacerle saber que para nosotros tiene una importancia inherente, la estamos preparando para el día en que tenga que pensar primero en su propia seguridad, incluso si eso implica que el hombre al que ama se queda solo, delante de su cabaña, con un rifle en la mano. La estamos preparando para que acepte ese asiento en el bote salvavidas. La estamos entrenando para que ni la culpa, ni la empatía, ni el reconocimiento de la humanidad de un hombre, ni la sensación de que tal vez él se lo merezca más, puedan convencerla de cederle ese asiento. Porque, durante milenios, la especie humana dependió por completo de que ella se sintiese con derecho a ese asiento al 100%.

Y eso me lleva al feminismo. Sí, las destrozadoras del patriarcado. Las virtuosas vengadoras de la igualdad. Las tenaces desmanteladoras de los roles de género. ¿Qué hace exactamente el feminismo para desmantelar el papel tradicional del hombre desechable?

Las mayores victorias del feminismo no han hecho más que confirmar a todo el mundo la idea de que la sociedad sigue debiendo a la mujer abastecimiento, protección, ayuda y apoyo, únicamente por ser mujer. Al rechazar y abandonar a los hombres víctimas de violencia doméstica, no hace más que confirmar a los hombres que es inútil pedir ayuda, porque las necesidades masculinas no tienen relevancia alguna, y su miedo y su dolor no significan nada para nadie. El feminismo nos enseña a situar las necesidades de la mujer por delante, en cualquier problema político o social. Ya sean las leyes de violencia doméstica, las leyes de agresión sexual, el sexismo institucional, la red de seguridad social, los fondos para educación, los refugios para indigentes, los fondos gubernamentales para empleos inmediatos (empleos que dejaron de ser inmediatos cuando las mujeres oyen hablar de ellos).

Por todas partes, mires donde mires, hay feministas presionando por llegar a la primera línea, pidiendo la “parte equitativa” de la mujer de todos los dulces, todo lo bueno, el botín, la recompensa, las galletitas. Incluso si las mujeres no lo necesitan. Incluso si no se lo merecen. E incluso si alguien más lo necesita y lo merece más.

Y lo consiguen, porque se lo damos.

El feminismo no ha hecho otra cosa que explotar la expectativa de que los hombres pongan todo lo demás por delante de ellos mismos. Especialmente a la mujer. La seguridad y el apoyo a la mujer, el bienestar y las necesidades emocionales de la mujer… siempre van primero. Creo que se trata del ejemplo de psicología manipuladora social más impresionante que he visto nunca. El feminismo ha colaborado con la caballerosidad de la vieja escuela desde el principio. Pueden parecer aliados inusuales, pero no lo son, porque ambos conceptos se cimentan firmemente sobre el autointerés femenino.

Nuestro camino como seres humanos ha sido muy duro, y terminamos por ser la fuerza dominante del planeta. Uno de los motivos de nuestro éxito es haber dado prioridad a las necesidades básicas de las mujeres, constantemente. Su necesidad de seguridad, apoyo y abastecimiento. Lo más conveniente para la humanidad era que las mujeres fuesen fundamentalmente egoístas, y que los hombres fuesen fundamentalmente sacrificados. Pero ya no nos hace falta esa dinámica. Nuestra especie no está en peligro de extinción, ¡somos 7.000 millones de personas!

¿Qué es lo peor que podría pasar si decidiéramos, conjuntamente, que los hombres no son más desechables que las mujeres, y que las mujeres no son más valiosas que los hombres? De hecho, en estos momentos, el mayor peligro que yo veo para nuestra especie es que, en nuestro afán desesperado por dar a la mujer todo lo que quiere y todo lo que dice que necesita, hemos desequilibrado la sociedad hasta tal punto que corre el peligro de venirse abajo.

Y si os soy sincera, la única diferencia que veo entre el papel tradicional y el papel nuevo del hombre, respecto a la desechabilidad, es que la masculinidad, la hombría, antes era celebrada, admirada y recompensada, porque era muy necesaria, y porque el coste personal para los hombres era increíblemente alto.

Pero hoy en día, seguimos esperando que los hombres den prioridad a las mujeres; seguimos esperando que la sociedad de prioridad a las mujeres, y seguimos esperando que los hombres no se quejen por llegar los últimos siempre. Pero los hombres ya ni siquiera obtienen nuestra admiración. Todo lo que consiguen a cambio es escuchar lo cabrones que son. ¿A alguien le sorprende que estén empezando a mosquearse?

El Ratel
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El Ratel

El Ratel ("The Badger") has helplessly seen the rise of politically correct nonsense, inclusive language and feminist ideology in his native country, Spain. After getting in contact with the MRM and antifeminist ideas, his attempts to talk about it were met with disdain and disgust. That is why he adopted a secret identity and started doing what he does best: spreading information by means of writing and translation.

El Ratel ha presenciado el auge de las estupideces políticamente correcta, el lenguaje inclusivo y la ideología feminista en su país natal, España. Tras entrar en contacto con las ideas del Movimiento por los Derechos del Hombre y el antifeminismo, sus intentos por hablar de ello fueron recibidos con desdén y desprecio. Por eso, tomó la decisión de adoptar una identidad secreta y hacer lo que mejor se le da: difundir información a través de la escritura y la traducción.

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