El feminismo odia a la mujer. Parte 3: política

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Traducción de un artículo de GirlWritesWhat:

Traductora: E. V. In’Morales

Revisor: El Ratel

Mucho se ha hablado del hecho de que las mujeres no tienen suficiente representación en los niveles superiores de la política y las empresas. Se habla del techo de cristal que existe en el mundo empresarial, y del sexismo sistemático de la sociedad; todo ello conspira, deliberada o involuntariamente, para mantener alejadas a las mujeres de esas esferas de poder e influencia.

En una ocasión planteé una pregunta sarcástica “¿a qué mujer no le gustaría trabajar en un campamento maderero, vivir en una cabaña en medio de la nada, lejos de su familia dos de cada tres semanas, trabajando desde que amanece hasta que anochece, expuesta a las inclemencias del tiempo, afrontando un riesgo diario de lesiones o de muerte mucho mayor que en otros empleos? ¿Dónde hay que firmar?”

Si consideramos la naturaleza del trabajo y los sacrificios que deben hacerse en cuanto a la vida personal y familiar, a nadie se le ocurre insinuar que las mujeres no están suficientemente representadas en esa clase de puestos de trabajo.

Y aunque un cargo público no tiene nada que ver con ganarse el pan cortando árboles, gran parte de los motivos por los que las mujeres no acuden en oleadas a la política en Occidente se debe a unos cálculos similares del esfuerzo, la recompensa, el sacrificio y el riesgo de esos empleos. Un escaño en el congreso puede ser un puesto más influyente, prestigioso y mejor pagado que trabajar en un campamento maderero, además de ser un puesto con menores probabilidades de acabar mutilado o muerto en un accidente laboral. Sin embargo, los sacrificios necesarios en ambas profesiones son más o menos los mismos. Ambos puestos requieren en gran medida anteponer el trabajo a la familia, y puede llevarte a no ver a tus hijos durante varias semanas consecutivas.

Además, ambos puestos comportan enormes riesgos; los árboles no suelen caer sobre los candidatos políticos con la misma frecuencia que sobre los leñadores, pero el peso del escrutinio mediático en tu vida, y tener siempre presente que todos tus esfuerzos podrían ser en vano el día de las elecciones… son consideraciones que siempre se hacen antes de entrar en la esfera política. Para las mujeres más a menudo que para hombres, el riesgo y el sacrifico de presentarse a las elecciones es demasiado alto. Y es imposible que las mujeres resulten elegidas para cargos públicos si no se presentan a ellos.

Debido a que los cargos públicos son puestos a los que se accede por votación, el número de mujeres elegidas se basa casi por completo en la libertad de decisión. Primero, en la decisión de una mujer concreta para presentarse al cargo, y segundo, en la decisión colectiva del electorado de elegirla. En ambos casos, las mujeres tienen un gran de poder. Prácticamente cualquier mujer puede presentarse como candidata, y la mayoría de votantes son mujeres en prácticamente todas las elecciones desde hace muchísimo tiempo.

Sin embargo, da mucho que hablar el hecho de que cuando las mujeres SÍ que se presentan, tienen menos probabilidades de resultar elegidas. Es muy frecuente observar que tanto las mujeres como los hombres tienden a no confiar en las mujeres que ocupan posiciones de liderazgo y poder.

De hecho, me interesaría bastante saber algunos datos sobre la probabilidad de que una mujer sea elegida si decide presentarse. Es decir, si las mujeres suponen un 13% de los congresistas, y también suponen un 13% de los candidatos que se presentan para el congreso, ¿se puede argumentar seriamente que hay discriminación de género (ya sea institucionalizada o en la mente de los votantes)?

Analicemos, como si fuese un hecho, la idea de que tanto los hombres como las mujeres tienen prejuicios sexistas con respecto a las mujeres en la política. La primera pregunta que debemos hacernos es por qué existen esas suposiciones.

A menudo me han dicho que la percepción ES la realidad. Debemos percibir a nuestros líderes como fuertes, capaces y responsables. Y aunque los prejuicios patriarcales que dicen que las mujeres no poseen ninguna de esas cualidades todavía pueden persistir en muchos de nosotros, ¿qué se hace para contrarrestar esas suposiciones, y qué se hace para reforzarlas? ¿El feminismo está ayudando a la mujer a ese respecto, o la está perjudicando?

El feminismo se esfuerza muchísimo en decirnos a todos que las mujeres son fuertes, capaces, responsables, sensatas, inteligentes, ambiciosas, y merecedoras de autoridad, liderazgo y confianza.

Pero la percepción es la realidad, ¿verdad? ¿Y qué más le dice el feminismo a la sociedad?

El feminismo nos dice que las mujeres están en desventaja, que necesitan ayuda y protección, que no pueden triunfar por sus propios méritos, sino que necesitan que se apliquen medidas artificiales para que puedan tener éxito.

Estos dos mensajes tienen efectos opuestos en el corazón y la mente del público. Si la falta de representación de las mujeres en la política tiene una explicación social sexista y residual, sin duda tiene mucho que ver con el hecho de que la mayoría de las feministas se centran en representar a las mujeres como si fuesen miembros desfavorecidos de la sociedad, que necesitan protección y apoyo para poder sobrevivir siquiera en sus propias vidas.

En primer lugar, vamos a examinar la VAWA (Violence Against Women Act – Ley de Violencia contra las Mujeres), porque últimamente está en las noticias, y hace solo una semana representantes feministas con autoridad intelectual se mostraron a favor de mantener la ley tal y como está. La discriminación de género de la VAWA afecta negativamente a las mujeres de dos formas.

Primero, nos transmite a todos la impresión de que las mujeres son más débiles y más sumisas y tímidas que los hombres, y que las mujeres son propensas a tomar malas decisiones (como no alejarse de un maltratador) a menos que se establezcan apoyos, asistencia y medidas, ya no solo para facilitarle que abandone al maltratador, sino incluso para convencerla de que es buena idea abandonarlo.

Si a eso añadimos las becas exclusivas para mujeres, los ministerios y comités parlamentarios sobre el estado de la mujer, las redes de seguridad social destinadas exclusivamente a la mujer, y la obsesión constante con la opresión de la mujer (a gran y pequeña escala), da la impresión de que las mujeres como grupo no son siquiera capaces de funcionar de manera normal en nuestra sociedad sin ayuda. Y del mismo modo que nuestra experiencia con los hombres que conocemos puede ser opuesta a nuestra percepción de los hombres como grupo o entidad social abstracta, nuestra experiencia personal con mujeres fuertes, inteligentes, responsables y capaces no siempre se aplica a nuestra percepción de las mujeres como grupo.

Si me tragara las ideas feministas sobre la opresión de la mujer, tampoco confiaría en las mujeres en posiciones de poder. Una persona demasiado débil o demasiado ingenua para abandonar a un marido que la maltrata, una persona que se centra constantemente en sus desventajas y en cómo la limitan los demás, una persona que se queja de la opresión de la mujer en América del Norte (sobre todo cuando la opresión de la mujer no es la norma para la mujer de clase media, que es la que más habla de ello)… esa persona no es alguien que yo describiría como una líder fuerte, capaz y racional.

Y segundo, la VAWA, al negarle su protección y sus beneficios a los hombres, refuerza la idea de que los hombres (como grupo) estarían mejor capacitados liderar un gobierno que las mujeres (como grupo). Porque, en realidad, los hombres son tan capaces de sufrir maltrato como las mujeres, tan capaces de permanecer en relaciones abusivas, están igualmente necesitados de ayuda, y sus decisiones son igualmente ingenuas. Pero nosotros no los vemos de esa forma, ¿verdad? Al menos no como grupo, o como entidad social abstracta. Los vemos como personas capaces de ocuparse de sí mismos, de tener éxito (o fracasar) por sus propios méritos, y de responsabilizarse de sus propias decisiones sin importar lo malas sean.

La VAWA, y gran parte del pensamiento y activismo feminista, demonizan igualmente el dominio masculino. Pero al demonizarlo, no hacen más que enfatizarlo. Si los hombres son los opresores de nuestra sociedad… los opresores son fuertes. Los oprimidos son débiles. La debilidad no es una característica atractiva en un líder, ¿verdad?

Los hombres son vistos como fuertes y capaces porque, en nuestra sociedad, tienen que serlo. No obstante, la verdad objetiva es un poco distinta de nuestra percepción. En muchos aspectos, los hombres están definitivamente oprimidos y en desventaja, y necesitan ayuda y apoyo, pero no lo vemos porque nadie, y mucho menos las feministas,  está dispuesto a reconocerlo. Y por eso, no solamente porque obligamos a los hombres a tener éxito sin ayuda ni apoyo adicionales, sino porque incluso los hombres más débiles y menos exitosos son vistos como personas que no necesitan nada de los demás, tenemos la impresión de que los hombres son fuertes, capaces, que tienen méritos y que serían buenos líderes.

Las mismas percepciones de género sobre los hombres y las mujeres que forman la esencia de la VAWA son las que nos dicen, como sociedad, que los hombres son líderes capaces y las mujeres no.

Y ahora echemos un vistazo al fiasco del ascensor de Skepchick (web estadounidense sobre ateísmo administrado por la bloguera y escritora Rebecca Watson), y cómo dicho fiasco conforma la percepción pública del hombre y la mujer. Tenemos a un millón de personas hablando constantemente sobre la opresión de la mujer en una sociedad en la que esa opresión no es una realidad concreta para la mayoría de las mujeres blancas de clase media blanca actuales.

Joder, si ni siquiera una mujer blanca, inteligente, exitosa y bastante privilegiada puede soportar que coqueteen con ella (tal vez) en un ascensor sin convertirlo en un escándalo absoluto sobre cómo el hecho de compartir ascensor con un hombre es terrorífico incluso aunque no te hable… ¿cómo rayos piensa sobrevivir a un debate político televisado? Ella se sintió amenazada, un sentimiento que tiene derecho a sentir; pero ese sentimiento no solo lo provoca su percepción de los hombres como seres agresivos, dominantes y peligrosos, sino también su percepción de las mujeres (incluida ella) como seres indefensos, pequeños, desvalidos, necesitados de protección e incapaces siquiera de mantenerse a sí mismas a salvo. Y cientos de personas, en su mayoría feministas, afirmaron que era perfectamente normal que sintiese eso. Exacto: cientos de personas aceptando que las mujeres son seres indefensos, pequeños, desvalidos, necesitados de protección e incapaces siquiera de mantenerse a sí mismas a salvo.

Comparémoslo con nuestras expectativas y percepciones sobre los hombres. Los hombres, a pesar de tener el doble de probabilidades de sufrir un asalto violento, no son percibidos de esa forma. Si un hombre se hubiese encontrado en la situación de Rebecca Watson en un ascensor, tal vez hubiese sentido el mismo nivel de amenaza, pero de él se espera que sepa aguantarse. ¿Por qué? Porque los hombres son fuertes, capaces, y responsables de cuidar de sí mismos, incluso si un hombre en particular puede sentir el mismo nivel de miedo, y enfrentarse al mismo riesgo físico en una situación concreta.

El hecho de que ese incidente minúsculo e insignificante provocara el alboroto que provocó, y que todo el mundo hablara acerca del inmenso miedo que tienen las mujeres como clase, la gran necesidad que tienen de consideración y protección especial… todo eso no hizo más que confirmar que las mujeres carecen del temple necesario para estar en la calle a las 4 de la madrugada, y mucho menos para ser líderes.

Y entonces Richard Dawkins le dijo básicamente que se pusiera los pantalones de persona mayor. Y se armó la de San Quintín.

En lugar de ser capaz de aceptar que algunas personas no estuvieran de acuerdo con ella, y pensaran que estaba haciendo una montaña de un grano de arena, lo que hizo fue un llamamiento a boicotear sus libros. Alguien no se mostró de acuerdo con ella, y tuvo la osadía de decirlo, y su respuesta fue reunir a todos los matones que pudo, con la intención decidida de arruinar su carrera. No era capaz de ganar un debate contra él con su propia capacidad de persuasión y los méritos de su argumento, así que llamó a los marines y fue a por él. Y a cientos de personas, la mayoría feministas, les pareció estupendo.

¿Cómo coño se le podría confiar una posición influyente a alguien como Rebecca Watson? Abusó del escaso poder y autoridad intelectual que tenía como portavoz de la comunidad atea para castigar a alguien por ejercer su derecho a la libertad de expresión. Se mostró en desacuerdo con ella, así que su carrera debía ser destruida. ¿Qué hubiese llegado a hacer, de haber dispuesto de la autoridad y los recursos del Estado para ejercer sus amenazas?

Y el hecho de que cientos de feministas concordaran con ella y apoyaran su boicot (“Si no puedes persuadirlo, ¡destrúyelo!) no hace más que reforzar cualquier percepción patriarcal residual que tengamos en la sociedad acerca de las mujeres como personas irracionales, propensas a la emoción, vengativas ante un desprecio y deseosas de hacer que los demás peleen por ellas… y ninguna de esas cualidades definen a un buen líder ¿no? Y aun así, esas mismas cualidades son las que muchos feministas (tanto hombres como mujeres) apoyaron y reafirmaron como razonables y aplicables a las mujeres, al darle su apoyo a Rebecca Watson y su boicot.

Así que aunque el feminismo se esfuerza mucho por decirnos que las mujeres son fuertes, capaces, responsables, sensatas, inteligentes, ambiciosas y dignas de autoridad, liderazgo y confianza, gran parte de los esfuerzos feministas para ayudar y proteger a la mujer nos dice exactamente lo contrario.

Y aunque mucha gente se creerá lo que les digan, la mayoría de las personas formamos nuestra visión del mundo y su funcionamiento a partir de la integración de multitud de mensajes que nos llegan desde todas direcciones. Y en muchos casos, a través del apoyo y el activismo, el propio feminismo ha conseguido convencernos por completo de que nuestros viejos estereotipos patriarcales son correctos, y que las mujeres no están hechas para ser líderes.

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El Ratel

El Ratel ("The Badger") has helplessly seen the rise of politically correct nonsense, inclusive language and feminist ideology in his native country, Spain. After getting in contact with the MRM and antifeminist ideas, his attempts to talk about it were met with disdain and disgust. That is why he adopted a secret identity and started doing what he does best: spreading information by means of writing and translation.

El Ratel ha presenciado el auge de las estupideces políticamente correcta, el lenguaje inclusivo y la ideología feminista en su país natal, España. Tras entrar en contacto con las ideas del Movimiento por los Derechos del Hombre y el antifeminismo, sus intentos por hablar de ello fueron recibidos con desdén y desprecio. Por eso, tomó la decisión de adoptar una identidad secreta y hacer lo que mejor se le da: difundir información a través de la escritura y la traducción.

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