Etiquetas peligrosas

E

Traducción de un artículo original de Rogue Star 13

“Yo opino que las etiquetas son para la comida en lata… Yo soy lo que soy, y sé lo que soy.”

Michael Stipe

Si seleccionásemos al azar a mil personas de todo el mundo, y las pusiéramos en fila, veríamos que ninguna de ellas tiene los mismos pensamientos, orientación sexual, antecedentes religiosos, etc. Está claro que encontraríamos similitudes según rasgos genéticos, como el color de ojos, el color de piel o el sexo biológico (masculino o femenino), y distribuiremos a estos seres humanos en categorías como el peso o la altura. Son categorías que únicamente se basan en la constitución biológica básica de la especie. Sin embargo, socialmente, hemos encontrado otras maneras de crear categorías similares que determinen la imagen sexual, los gustos personales, políticos, y el bienestar económico. En pocas palabras, hemos fabricado un sistema de etiquetas sociales.

Dentro de estas etiquetas, creamos también una frase o una palabra que describe a una persona, un grupo, un movimiento intelectual, etc. De esta forma, creamos un nuevo sistema de clases basado en estas subclases o categorías fabricadas y, en suma, adjudicamos a estos nuevos grupos una categoría estereotípica de persona. Por ejemplo, si te gusta la música heavy metal, es posible que alguien te etiquete automáticamente como “metalero”, lo cual sería un estereotipo si tú en realidad no eres metalero. Esto puede ser a veces una forma de abuso o acoso, si tenemos en cuenta que las personas con enfermedades mentales o diferentes identidades de género, por ejemplo, son constantemente etiquetadas, llegando tal vez a convertirlas en marginados sociales de su comunidad.

Las “Etiquetas sociales” no son más que recipientes que contienen suposiciones. Cuando nos engaña una etiqueta, no engañan opiniones y creencias. Es decir, que aceptamos voluntariamente afirmaciones sin pruebas de su validez. Las suposiciones se transforman en estereotipos, que no tardan en convertirse en menosprecio. Antes de que uno se dé cuenta, estamos metidos en un intercambio de insultos y maltrato verbal, del tipo “Muere, escoria cis”, “perdedor” o “masculinidad tóxica”.

Tenemos tendencia a olvidar que las personas son seres complejos, polifacéticos y multidimensionales, y cuando les aplicamos etiquetas, es como si nos pusiéramos unas anteojeras para caballos y sólo viéramos una parte muy limitada de un ser humano amplio y complejo. ¿Alguna vez has comprado un recipiente de plástico o de vidrio cuya etiqueta te impedía ver el contenido? Eso es justamente lo que hacen las etiquetas con las que “describimos” a las personas: ocultan el contenido del individuo.

Al hablar sobre otras personas, no tiene nada de malo utilizar descripciones. Los escritores lo hacen continuamente. Pero hay una gran diferencia entre una descripción y una etiqueta. Por ejemplo, considerad la diferencia entre decir “Tom es un hombre alto y de piel clara” y “Tom es varón, blanco y cis”. “Alto” es una descripción, porque se basa en un hecho; es otra forma de decir “Tom mide un metro noventa”. Al llamar a Tom “varón, blanco y cis”, a pesar de que hay algo de verdad en la afirmación, estamos vaciando las palabras de su contenido. Quiero decir: ¿qué eres? ¿Tom es únicamente varón, blanco y cis, o tiene más posibilidades? En términos muy generales, podrías ser “cis” o de orientación sexual heterosexual, caucásico de taxonomía y biológicamente varón. Pero, ¿eres algo más aparte de eso? ¿Cómo te puedo describir con un único término? Si lo hiciera, reduciría el ser profundo que eres a un mero artefacto unidimensional. ¿Eso no sería tremendamente injusto? ¿Cómo te sentirías sabiendo que tu vida y todos sus factores determinantes giran en torno a ser cisgénero, de género fluido, “blanco”, “negro”, “listo”, “tonto”, etc.?

Las consecuencias a largo plazo de etiquetar a alguien como “listo” o “tonto” son serias. En otro estudio clásico, Robert Rosenthal y Lenore Jacobson dijeron a varios profesores de una escuela primaria que algunos de sus estudiantes estaban en el 20% de los primeros en un examen destinado a identificar “estudiantes prometedores”. Esos estudiantes pasarían un período de intenso desarrollo intelectual el año siguiente. En realidad, los estudiantes habían sido elegidos al azar, y no habían obtenido resultados distintos a los del resto en ningún examen. Un año después de haber convencido a los profesores de que algunos de sus estudiantes iban a mostrar su potencial, Rosenthal y Jacobson volvieron a la escuela y realizaron el mismo examen. Los resultados fueron impresionantes: los “prometedores”, que un año antes no eran distintos de sus compañeros, esta vez superaban a sus compañeros en 10-15 puntos de coeficiente intelectual. Los profesores habían estimulado el desarrollo intelectual de los “prometedores”, creando una profecía autocumplida en la cual los estudiantes de los que se esperaba, sin base alguna, que mostrasen su potencial, terminaron superando a sus compañeros.

Una vez comprendamos el poder de nuestras palabras, entenderemos mejor cómo evitar utilizarlas para perjudicar a los demás. Nos seguirán haciendo falta esas palabras para utilizarlas para animar e inspirar a los demás. Pero, si no nos mantenemos en guardia, podemos acabar utilizando etiquetas sociales de forma negativa, sin darnos cuenta.

Las etiquetas, en general, no deberían ser siempre motivo de preocupación, y a menudo resultan muy útiles. Sería imposible catalogar la información que procesamos durante nuestra vida sin la ayuda de etiquetas como “amistoso”, “engañoso”, “sabroso” y “dañino”. Pero es importante reconocer que las personas a las que etiquetamos como “negro”, “blanco”, “rico”, “pobre”, “listo” y “tonto”, aparentan ser más negras, más blancas, más ricas, más pobres, más listas o más tontas por el mero hecho de haberlas etiquetado.

Una vez comprendamos que algunas etiquetas se pueden considerar críticas o sentenciosas, también tendremos que aceptar el hecho de que, nos guste o no, a veces nos tocará juzgar a los demás. Tal vez sea en el papel de un padre que evalúa al pretendiente de su hija, un gerente que evalúa a un empleado, o dos enemigos que se preparan para una negociación. ¿Qué hacemos entonces? ¿Cómo podemos ser justos al juzgar a los demás? Si tienes que juzgar, y quieres saber cuáles son los sentimientos sinceros de otra persona, no escuchas a lo que terceras personas puedan decir sobre ella; en vez de eso, escucha lo que dice ella misma sobre otras personas. Además, no juzgues nunca las acciones de los demás hasta conocer sus motivos. En otras palabras, júzgalos con el corazón y con la mente, no con los ojos ni con los oídos.

Aunque hemos puesto énfasis en evitar juzgar a los demás injustamente, hay que seguir insistiendo en la importancia de aplicarnos el mismo grado de justicia a nosotros mismos. Tengo un amigo, un poco mayor que yo, que pensaba que era inferior a mí, únicamente por no haber pasado de la educación secundaria obligatoria. Solía decir: “No soy tan listo como tú porque abandoné el instituto y soy un inculto”. Se etiquetó a sí mismo como “inculto”. Sin embargo, le expliqué que eso era imposible, porque la vida en sí es educación y cultura. Por suerte, ya no duda antes de dar su opinión, y todos nos beneficiamos de ello, porque sabe más que muchos graduados universitarios que conozco. Las etiquetas que nos aplicamos a nosotros mismos pueden alejarnos de nuestros rasgos positivos. La diferencia entre “Ser un inepto” y “Tener entusiasmo y confianza” es enorme en cuanto a la personalidad. Así que si quieres poner una etiqueta, ya sea a otra persona o a ti mismo, cíñete a las positivas, pero no hasta el punto de volverte arrogante o actuar con superioridad.

Poner a la gente etiquetas negativas es algo hiriente y horrible. Es como mentirle a una persona, porque no le dice toda la verdad sobre cómo son, igual que en una lata de comida; y ten en cuenta que cada persona es mucho más que una lata de comida.

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El Ratel

El Ratel ("The Badger") has helplessly seen the rise of politically correct nonsense, inclusive language and feminist ideology in his native country, Spain. After getting in contact with the MRM and antifeminist ideas, his attempts to talk about it were met with disdain and disgust. That is why he adopted a secret identity and started doing what he does best: spreading information by means of writing and translation.

El Ratel ha presenciado el auge de las estupideces políticamente correcta, el lenguaje inclusivo y la ideología feminista en su país natal, España. Tras entrar en contacto con las ideas del Movimiento por los Derechos del Hombre y el antifeminismo, sus intentos por hablar de ello fueron recibidos con desdén y desprecio. Por eso, tomó la decisión de adoptar una identidad secreta y hacer lo que mejor se le da: difundir información a través de la escritura y la traducción.

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